EVA ALCAYDE | 22-09-2017
Poco podía imaginar Isabel Fuster Palacios aquella mañana del 23 de diciembre que su vida cambiaría de la forma que lo hizo. Y que, sin pretenderlo, salvaría la vida de varias personas. Ella es profesora de Magisterio en la Universidad Católica de Valencia y ese día comenzaba sus vacaciones de Navidad.
La fatalidad quiso que su madre, Dolores Palacios, de 59 años, sufriera un atragantamiento que le dejó en coma. En el hospital, Isabel, junto a su padre y su hermana, pasaron muchas horas de angustia y desconcierto esperando que se produjera un milagro, pues los pronósticos no eran muy esperanzadores.
Un TAC confirmó, unos días más tarde, la fatal noticia. “Había muerte cerebral, el oxígeno no llegaba al cerebro y había que desenchufar todos los aparatos que mantenían a mi madre con vida de forma artificial. Unas dos horas nos dijeron que tardaría su corazón en dejar de latir”, dice Isabel con bastante naturalidad pero con el dolor reflejado en sus ojos.
Fue entonces cuando llamaron al resto de familiares para que se despidieran de Dolores y ya, en la intimidad de la habitación, recibió la extrema unción. Tras el sacramento, fue cobrando fuerza una idea que a Isabel iba rondándole la cabeza ¿Y si donaba los órganos de su madre?
“No había reparado en ello, pero se me ocurrió que estábamos en Navidad, mi madre era joven y estaba sana, seguro que algún órgano servia para otra persona”, dice recordando aquel momento, que para ella fue como un soplo de esperanza.
Salvar la vida de varias personas
Isabel, donante desde los 18 años, habló con la directora del hospital, que le ofreció toda la información, y con su padre y su hermana que estaban muy indecisos. Reconoce que la decisión fue “difícil y complicada” de tomar, pero su firme determinación y su férrea seguridad acabó arrastrando a toda la familia. “Estaba muy segura, iba a ser una buena obra, teníamos que hacerlo, el milagro aún podía ocurrir…”
Finalmente Dolores no fue desconectada de las máquinas que le mantenían con vida, para que todos los especialistas pudieran realizar sus respectivas pruebas. “Siete órganos de mi madre estaban en perfecto estado y fue los que se donaron. Con ellos se pudo salvar la vida de cinco personas y aliviar el sufrimiento de varias familias”, dice Isabel consciente de lo que eso supone.
El hospital organizó un complejo operativo, en el que intervinieron todos los médicos especialistas, preparados en el mismo quirófano, y coordinados con los médicos de los hospitales receptores en otras ciudades, helicóptero incluido.
“Al final firmamos todos los papeles, le quitaron la respiración artificial en la habitación y cuando el corazón dejó de latir, la llevaron al quirófano, donde ya estaban todos preparados. Eso fue el 29 de diciembre. El día 30 fue el funeral y el 31, enterramos a mi madre en Meliana”, relata Isabel, que mantuvo la serenidad en todo momento.
Con la perspectiva que da el tiempo, Isabel reflexiona y sabe que fueron días muy complicados para toda la familia -tías, primos y demás familiares- y que muchos no entendieron su postura, “todo el mundo quería enterrar ya a mi madre y acabar con el sufrimiento que, por la complejidad del operativo, se alargó durante algunos días”, razona, pero está convencida de que hicieron “lo correcto” y sin atisbo de duda asegura que lo volvería hacer.
Pese a todo el dolor y el sufrimiento que experimentaron aquellos días, y el sentimiento de ausencia, que es quizás todavía más amargo y duradero, Isabel guarda para sí algunos instantes que consiguen empañar esos sentimientos…
Como el aplauso que médicos, especialistas, enfermeros y todos los que intervinieron en el operativo les brindaron a la salida del quirófano, y que dejó a todos los familiares entre asombrados y emocionados.
Como saber que su madre, Dolores, había salvado la vida, ella sola, a varias personas, tal y como les notificó la dirección del hospital a través de un escrito de agradecimiento que les llegó al alma.
Como contemplar la iglesia llena hasta los topes de familiares, seres queridos, amigos, compañeros, vecinos y conocidos que se acercaron a consolar a la familia, con admiración por su solidaridad.
A Isabel, que todavía se emociona cuando habla de su madre, le gusta recordarla, como “un ángel humano, una de esas personas buenas, que hizo el bien hasta el último momento”. Y justo así la describió en las palabras que pronunció en su funeral… y justo así reza en su lápida: “Quien te conoció se llevó una semilla de bondad”.