Apenas unos metros de diferencia separan al colegio Pío XII, en la calle Alboraya de Valencia, que cuenta con niños y jóvenes que cursan de Educación Infantil hasta Bachillerato, con el centro de Parálisis Cerebral de Cruz Roja, un centro histórico de la ciudad de Valencia que hace una gran labor con niños y jóvenes con parálisis cerebral. Hoy a ambos centros les une una experiencia en la que buscan no excluir a las personas con diversidad funcional.
❐ CARLOS ALBIACH | 11.10.23
Hay periferias muy cercanas a nosotros, en el centro de la ciudad o en la propia familia. Hay que ampliar el círculo no solamente geográfico sino también existencial. Muchas personas con discapacidad sienten que existen sin pertenecer y sin participar”. Con estas palabras Ana María Climent, orientadora del colegio Pío XII, explica que con la experiencia de colaboración con el centro de la Cruz Roja se plantea, en palabras del papa Francisco, “el objetivo de que no solo participen activamente en la comunidad civil y eclesial”. Esta experiencia fue presentada en el marco de la fase previa del congreso ‘La Iglesia en la Educación’, organizado por la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura de la Conferencia Episcopal Española en una sesión celebrada en el mismo colegio Pío XII bajo el título ‘Centros de educación especial de ideario cristiano’.
Climent explica que hace 35 años empezaron con esta experiencia en la que los alumnos de la Cruz Roja venían los viernes por la tarde y participaban en actividades más lúdicas con los alumnos de Infantil a través de juegos, películas, etc. Después se regularizó la situación y se hizo una apuesta por la escolarización combinada, de forma que alumnos del centro de Parálisis Cerebral son escolarizados en el colegio. Desde el centro se ha hecho una adaptación de todo para que puedan seguir el curso con normalidad.
Esta escolarización, explica la orientadora, “ofrece al alumnado de Parálisis Cerebral la oportunidad de socializar en un contexto con mayor número de niños y con una mayor diversidad, generándose así una estimulación natural hacia ellos tanto comunicativa como afectiva”. Ofrece, además, “a las familias de estos niños la oportunidad de relacionarse en un contexto comunicativo más rico sin la necesidad de ser ellos quienes hayan de buscarlo”. En este caso, la experiencia es positiva y las familias reconocen, según Climent, “que hay una mejora desde el punto de vista comunicativo y social”.
Pero su presencia no hace solo bien a estos alumnos sino que repercute en todo el alumnado del centro “que tiene la oportunidad de convivir con alumnado de diversidad funcional y crecer en valores católicos como la aceptación, la generosidad y la empatía”. Genera también “una gran sensibilidad hacia este colectivo que se traduce, como reconocen las familias, en una mayor sensibilidad hacia otros fuera del colegio”. “Es una forma de hacer presentes valores evangélicos y de optar por una escuela inclusiva y no excluyente”, resume. En palabras del fundador del centro, el beato Manuel Domingo y Sol, se explicaría que “la educación no es una fórmula de escuela sino una obra de vida”.
Durante cada curso escolar se decide qué alumnos del Centro de Cruz Roja pueden beneficiarse de la escolarización por sus características sobre todo cognitivas. Este alumnado comparte sesiones del periodo lectivo (ciencias naturales, matemáticas y música) y el patio con el alumnado más próximo a su edad de desarrollo o cognitiva. Se organizan los horarios curriculares, las vigilancias de patios, las entradas y salidas de manera que sean más sencilla para este alumnado. La experiencia es llevada a cabo por el personal de Cruz Roja que acompaña al alumnado en el colegio y el propio personal del colegio como la tutora o personal de refuerzo.
Como señala Climent la experiencia es muy positiva “generando un crecimiento personal y un acercamiento y sensibilización hacia el colectivo con diversidad funcional”. Esta sensibilización “se generaliza posteriormente hacia otros colectivos al fomentar desde el ideario cristiano la ayuda al prójimo, la inclusión y el encuentro en que todas las personas tienen cabida”, añade “Frente a la disgregación, la escuela, como lugar de socialización debe generar espacios que promuevan encuentros donde se establezcan iniciativas para el desarrollo de los comportamientos evangélicos, que permitan a su vez, fomentar relaciones positivas, basadas en la confianza y en la promoción de la inclusión, frente aquellas situaciones de discriminación”, concluye.