El sacerdote Antonio Díaz Tortajada, delegado episcopal de Religiosidad Popular, ofrece a los lectores de PARAULA estas meditaciones para el vía crucis. Este año, su reflexión viene marcada por la guerra en Ucrania tras la invasión de Rusia y la huida de las familias, mayormente mujeres y niños, hacia países de acogida.

Niños en Ucrania rezando por la paz de su país. FOTO: AYUDA A LA IGLESIA NECESITADA

PRIMERA ESTACIÓN:

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

 

Cuando el gobernador volvió a preguntarles: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Ellos contestaron: ¡A Barrabás!… ¡[A Jesús] crucifícalo! (Mt 27,21-22)

 

Estamos viviendo una etapa peligrosa desde hace décadas. El marcado incremento de las guerras en los últimos años está desbordando nuestra capacidad de afrontar sus consecuencias.

Cada año permanecen abiertos en el mundo más de treinta conflictos. El impacto directo de las guerras en las poblaciones civiles se ha ido agravando. A menudo son víctimas buscadas de los bombardeos, ataques y abusos, y cuando no, quedan atrapadas entre las facciones en liza sin posibilidad de recibir asistencia, o se ven obligadas a huir en las más adversas condiciones.

Más de dos mil años han pasado y seguimos condenando a Jesús. Detrás de cada rostro humano que padece las consecuencias de la guerra se nos está mostrando Dios condenado a muerte. Es urgente que los hombres escribamos de otra manera la historia de nuestro tiempo. Es urgente que se desbaraten las oscuras maquinaciones de los hombres malvados que provocan las muertes de los más inocentes. 

Que el Padre dé sabiduría más allá de la humana a los pacificadores que buscan un camino equitativo y menos violento. Que los políticos ejerzan la sabiduría que viene de lo alto, que es pacificadora, amable, dispuesta a ceder y llena de misericordia. Perdona, al mundo que te condenó a muerte en la vida de nuestros hermanos. Y juntos, en el abrazo de la paz, nos miremos con los ojos de misericordia y de amor con los que Jesús nos mira.

 

 

SEGUNDA ESTACIÓN:

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

 

Cargando su Cruz, salió de la ciudad hacia el lugar llamado Calvario. (Jn 19,17)

 

En el actual contexto social, la situación de nuestra vida es una vida amenazada. Vivimos angustiados. Nos sentimos frágiles. Tenemos miedo. Hoy los países padecen guerras que desencadenan las organizaciones terroristas y otras las provocan los países para prevenir la misma guerra. Las multinacionales de las armas florecen. Toda guerra es una derrota para todas las partes implicadas. El único que goza es el diablo, que baila sobre las cabezas de los cadáveres y juega con el dolor de las viudas, los huérfanos y las madres de duelo.

En la Cruz de Jesús están todas las cruces de nuestro mundo: todas las heridas, todas las violencias, todos los maltratos, todos los dolores, todas las enfermedades, todas las pandemias, todas las hambrunas, todas las injusticias, todos los egoísmos, en definitiva todas las faltas de servicio y de desamor.

A medida que trabajamos con y para aquellos cuyas cruces son las más pesadas –los hambrientos, los sedientos, los oprimidos– tal vez nos sorprenderá lo que encontremos. Si verdaderamente buscamos el rostro de Cristo en los que viven en la pobreza, que son objeto de la discriminación, ridiculizados y olvidados, descubriremos algo nuevo sobre nosotros mismos, sobre lo que significa ser ricos y pobres, sobre lo que significa cargar nuestra Cruz y seguir en el camino de Cristo.

Cristo cargó la Cruz con valentía y entrega, pero también con una esperanza de cambiar el corazón del hombre. La Cruz que se elevará en el Calvario –la que mató a Jesús– es el crisol donde de la muerte se pasa a la vida. Hoy, esa Cruz cobra vida en la muerte de nuestros hermanos.

Señor, que te miremos en cada uno de los hermanos. Que seamos valientes al asumir las cruces que producen la violencia de las guerras. Y que estas cesen en toda la tierra; quebrantando los arcos, destrozando las lanzas, y arrojando los carros al fuego. Que se cree una paz que sea fuerte y no débil.

 

 

TERCERA ESTACIÓN:

JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

 

Ahora mi alma está turbada. ¿Diré acaso: Padre, líbrame de esta hora? ¡Si precisamente he llegado a esta hora para enfrentarme a todo esto! Padre, ¡da gloria a tu nombre! (Jn 12, 27-28)

 

Dios ha tocado el suelo y su caída es signo de humanidad única. Sus rodillas rasguñadas por las piedras y lo áspero del terreno sumado al peso de la Cruz, debió doler esta caída. Pero el pensamiento de Jesús, estaba en la misión de salvar al hombre.

La violencia física es una de las principales causas de caídas y muerte. Poner fin a esta violencia física es sin duda importante, pero no es suficiente. El concepto moderno de violencia estructural pone de manifiesto que podemos matar sin necesidad de recurrir a la violencia directa. 

Tenemos en nuestros corazones a las víctimas de desastres naturales: inundaciones, huracanes, tornados, incendios forestales. Tal vez veamos sus rostros en las noticias. Quizás vemos sus rostros a nuestro lado. Tenemos en nuestros corazones a las víctimas de la violencia: las guerras civiles que dividen naciones, la violencia armada que destruye las comunidades, el abuso y la discriminación que destroza a las familias. 

Nos preguntamos cómo podemos ser mensajeros de la paz en medio de la aparente oscuridad. Dios no quiere que caigamos, pero, inevitablemente, cuando lo hacemos nos da a cada uno la oportunidad de estar de pie otra vez, mirar alrededor y evaluar nuestra situación y a nosotros mismos. ¿Dónde está Dios trabajando, incluso en el sufrimiento, el dolor, la agonía?

Te pedimos, Señor, que rescates de las manos de sus enemigos a los que se encuentran en una situación de vulnerabilidad, para que puedan vivir sin temor delante de ti todos sus días. Que en tu caída podamos ver los pueblos que están en plena guerra. Que en medio de las caídas podamos encontrar la paz. Que podamos ver en tu caída la oportunidad de levantar el reino de Dios.

 

 

CUARTA ESTACIÓN:

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

 

Simeón los bendijo y le dijo a María […] A ti misma una espada te atravesará el alma. Por este medio, sin embargo, saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los hombres. (Lc 2, 34-35) 

 

Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia. Y para el forastero, el migrante, el refugiado, el prófugo y el solicitante de asilo, todas las puertas de la nueva tierra son también una oportunidad de encuentro con Jesús. Su invitación “Venid y veréis” se dirige hoy a todos nosotros, a las comunidades locales y a quienes acaban de llegar. Es una invitación a superar nuestros miedos para poder salir al encuentro del otro, para acogerlo, conocerlo y reconocerlo. 

Cada forastero es una invitación que nos brinda la oportunidad de estar cerca del otro, para ver dónde y cómo vive. En el mundo actual, para quienes acaban de llegar, acoger, conocer y reconocer significa conocer y respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los han acogido.

La sangre de los cristianos asesinados por la guerra es, en esencia, el sacrificio de mártires que, lejos de debilitarla, fortalecen en la comunión de los santos a esta Iglesia peregrina y sufriente. De hecho, es la voz moral más influyente en el mundo. 

Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo.

María tu seguiste a tu Hijo y más allá, estando presente para sus amigos, reconfortándoles en su miedo, animándoles mientras crecía la joven Iglesia. Enséñanos, María, a amar y servir a Dios tu que superaste el sufrimiento con el que te encontraste. 

 

 

QUINTA ESTACIÓN:

SIMÓN DE CIRENE AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

 

En ese momento, un tal Simón de Cirene…volvía del campo, y los soldados le obligaron a que llevara la cruz de Jesús. (Mc 15, 21)

 

Los seres humanos son seres sociales. Estamos llamados a vivir en comunidad. Al estar juntos, ayudándonos unos a otros, nos convertimos en las mejores versiones de nosotros mismos. Construimos un mejor planeta. Hacemos presente el Reino de Dios.

Es emocionante reconocer el plan de Dios en nuestras vidas, y darnos cuenta de cómo podemos usar nuestros dones para servir a los demás. Pero no olvidemos nunca que nosotros también estamos de alguna manera necesitados y aquellos a quienes servimos terminan sirviéndonos. Nunca debemos ser demasiado orgullosos para aceptar lo que otros nos dan. 

Los refugiados son personas que huyen del conflicto y la persecución. El dar la mano cuando se requiere es una expresión maravillosa del amor cristiano. Que al igual que el hombre de Cirene, demos el paso hacia delante, hacia el hermano refugiado o aquel que vive con miedo. Acerquémonos a ellos y mostrémosles que no nos da miedo ser los cirineos de hoy.

Son muchas las causas que destruyen la paz e impiden su construcción. Una de las más importantes es: la profunda desigualdad social mundial. Desigualdad que se expresa en el simple hecho de que alrededor del uno por ciento de multibillonarios controlen gran parte de los ingresos, es decir, ingresos altísimos para unos pocos y pobreza infame para las grandes mayorías. Y el agravamiento de la desigualdad va en aumento.

Escuchamos rumores de guerras, pero tú, Señor, eres nuestra roca, nuestra fortaleza y nuestro libertador. Nuestra esperanza está en ti. Haz que seamos valientes como el Cireneo y podamos dar el paso hacia delante, alzar nuestra voz para gritar por la justicia. Que denunciemos los valores de la cultura de la muerte y los transformemos en cultura de vida. 

 

 

SEXTA ESTACIÓN:

LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO A JESÚS

 

Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10,16)

 

La fe es una gracia de Dios para con nosotros y muchos nos movemos y actuamos por esta gracia. La Verónica responde de forma inmediata. En ese momento ella no mide las consecuencias, sólo actuó por fe y por lo que le dictaba su corazón.

El verdadero encuentro con el otro no se limita a la acogida sino que nos involucra a todos en las otras acciones como proteger, promover e integrar. Y en el verdadero encuentro con el prójimo, ¿sabremos reconocer a Jesucristo?

Como nos enseña la parábola evangélica del juicio final: el Señor tenía hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, era extranjero y estaba en la cárcel, y fue asistido por algunos, mientras que otros pasaron de largo. Este verdadero encuentro con Cristo es fuente de salvación, una salvación que debe ser anunciada y llevada a todos. Lo que hizo Verónica no fue ni limpio ni simple. En esta estación vemos a una mujer que, literalmente, se abre camino—con su propio cuerpo—en medio del sufrimiento y la lucha, en medio de una turba donde difícilmente puede permanecer segura. Se trata de una mujer que dejó de lado las normas y tabúes culturales y decidió actuar. 

El rostro de Jesús estaba golpeado y ensangrentado. Un poco de tela no iba a cambiar nada. Él estaba en camino hacia la muerte ¿por qué perder el tiempo y hacer el esfuerzo para tocarlo? 

Nosotros también podemos estar tentados a pensar de esta manera cuando nos enfrentamos al desafío abrumador del sufrimiento humano. Pero nunca hay que subestimar el valor de estar presente junto a un ser humano, porque comparte el carácter sagrado y la dignidad del ser hecho a imagen y semejanza de Dios.

Señor que cuando caminemos por las calles de nuestra ciudad, compartamos los pequeños actos de bondad. Que buscamos la mirada de las personas que nos encontremos y no la desplacemos a otro lado. Que nos inspiremos en el ejemplo de Verónica, tanto en nuestras comunidades inmediatas como en nuestra comunidad global.

 

 

SÉPTIMA ESTACIÓN:

JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

 

Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados… (Col 3,15)

 

El Cristo, cansado y abatido por el peso de la Cruz, cae por segunda vez. Sabe, y tiene la certeza, de que su fin está más cerca. Pero va sólo a mitad del camino hacia el Calvario. A pesar de estar agotado encuentra la fuerza para levantarse y continuar.

Cada conflicto armado tiene unos motivos que alientan el enfrentamiento entre las partes. Ninguna guerra es igual a otra. Cada una obedece a situaciones excepcionales y solo se puede materializar en un espacio y un tiempo específicos. Sólo cambian las denominaciones, las fechas y los lugares, pero los elementos estructurales que las originan no se modifican.

La guerra no nace en los campos de batalla, entre soldados con armas, sino en el corazón del hombre. Mucho antes de empezar a guerrear, matar personas o destruir naciones, ya hemos matado a las personas mentalmente. Cuánta violencia ha sido mental antes de convertirse en violencia física. Se comienza a decir “sí” a la muerte mucho antes de decir “sí” a la violencia física. 

No hay una única razón para la guerra, pero las consecuencias en todos los casos sí son comunes: violaciones de derechos humanos, aumento de las desigualdades –sobre todo entre las poblaciones más vulnerables– y la necesidad de ayuda humanitaria para paliar el sufrimiento de las personas más débiles.

Somos tentados a darnos por vencidos en ese momento. Pero ahí no termina, la vida sigue. Todo lo que necesitamos hacer es estrechar nuestras manos con nuestros hermanos. Cristo camina cada paso de nuestro camino con nosotros y cuando lleguemos al final él estará ahí esperando para darnos la bienvenida con los brazos abiertos.

Señor, la construcción de la paz se inicia por el corazón de la persona. Porque en el corazón se genera la violencia, y de él proceden el orgullo y la prepotencia que la engendra. Que nuestros hermanos refugiados y emigrantes sean parte de nuestra familia 

 

 

OCTAVA ESTACIÓN:

JESÚS CONSUELA A LAS PIADOSAS MUJERES

 

Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal… (Mt 5,38-39)

 

Jesús siempre estuvo profundamente involucrado con las preocupaciones de las personas. No se limitó a ir a los líderes políticos o religiosos para aprender acerca de lo que las personas están pensando. Jesús fue directamente a la fuente, a la persona misma. Y aquí, incluso al final de su misión en la tierra, le vemos atento a las necesidades de personas específicas, compartiendo sus propias penas y alegrías con ellas, y escuchando las suyas. 

Qué tentador es asumir que somos los expertos en cada situación. Vemos dolor y sufrimiento en las noticias—ya sea en nuestras propias ciudades o en ciudades de todo el mundo—e inmediatamente saltamos a nuestros propios remedios rápidos, opiniones y soluciones. Sin embargo, Jesús señala un camino diferente: el del diálogo. Jesús nos anima a reconocer que aquellos que viven dentro de los sistemas de la opresión, la pobreza o dificultades son de hecho los más adecuados para reimaginar esos mismos sistemas rotos. Nuestra función es acompañarles y escucharles. 

Necesitamos parar la espiral de violencia que se origina desde el fondo de nuestro interior y desarmar nuestras conciencias. Pero la construcción de la paz no se agota en el interior, pasa por la familia, la comunidad cristiana, por la Iglesia, la sociedad… 

La construcción de la paz pasa también por el difícil terreno de las relaciones sociales. Y va precedida por la justicia. 

Señor, necesitamos acoger a tantas familias que viven dispersas por el dolor, la violencia o la guerra. Hoy, más que nunca, necesitamos manos que construyan la paz. Hoy necesitamos inteligencia para trazar caminos para la paz. Hoy necesitamos corazones que acojan y amen a todos los que sufren por causa de la guerra. Necesitamos bienaventurados pies que pronto, como el mensajero del profeta Isaías, anuncie al mundo la paz.

 

 

NOVENA ESTACIÓN:

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

 

Pero el padre dijo a sus servidores: ¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies… (Lc 15, 22)

 

Y cae de nuevo Jesús. Parece sucumbir. Pero he aquí que con extrema fatiga se vuelve a levantar.

Muchos de nuestros hermanos en todo el mundo están sufriendo pruebas tremendas porque siguen a Jesús. Están subiendo con Él hacia el Calvario y con Él están también cayendo bajo las persecuciones que desde hace dos mil años laceran el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

A veces podemos sentir que hemos caído demasiadas veces. No podemos levantarnos de nuevo. Pensamos que Dios nos ha abandonado. Seguimos cayendo, seguimos fallando y estamos abrumados por la vergüenza y la culpabilidad. Nadie puede amarnos lo suficiente para que podamos seguir adelante. 

¡Pero Dios no nos abandona! ¡Dios no se cansa de perdonarnos, de mostrarnos su misericordia! 

Como hijos de Dios, es nuestra responsabilidad aceptar ese perdón, aceptar esa nueva oportunidad, y luego tratar el asunto de la justicia, la misericordia y la paz. El asunto de construir el reino de Dios. 

La paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas Dios, con uno mismo, y con otras personas. Sin estas relaciones correctas, esto es la justicia, nunca disfrutaremos de la paz.

Nuestras caídas pertenecen al misterio de la encarnación. Nos ha buscado en nuestra debilidad, bajando hasta lo más hondo de ella, para levantarnos hacía él. Nos ha mostrado en sí mismo la vía de la humildad, para abrirnos la vía del regreso. Nos ha enseñado la paciencia como arma con la que se vence el mundo. 

Señor, nos encontramos caídos en tierra una vez más, mientras te compadeces de nuestras debilidades. Tú nos indicas la manera de no sucumbir en la prueba: perseverar, permanecer firmes y constantes. Simplemente: permanecer contigo, Señor. ¡Ayúdanos!

 

 

DÉCIMA ESTACIÓN:

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDOS

 

El universo está inquieto…pero le queda la esperanza; porque el mundo creado también dejará de trabajar para el polvo, y compartirá la libertad y la gloria de los hijos de Dios. (Rom 8, 19-21) 

 

Impresiona sobremanera el gesto humilde y paciente de Jesús al dejarse arrancar lo único que le quedaba: la túnica. Antes se había despojado de su categoría de Dios. De todo ello, Jesús se había despojado por fidelidad a Dios y por amor a los hombres. 

Jesús nos enseña que si queremos seguir sus huellas, debemos estar dispuestos a despojarnos no de aquello que nos sobra o que nos es fácil dar, sino sobre todo de todas aquellas seguridades en las que nos apoyamos.

Cuántos países y comunidades ricos en recursos, y, sin embargo, su gente vive en la pobreza. ¿Cómo nos aseguramos que las maravillas del mundo natural sean utilizadas de una manera sustentable y equitativa? Dar un pez a un hombre, como dice el viejo refrán, sólo resuelve el problema por un día. 

Para conseguir la paz se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se precisa valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez.

Para todo esto se requiere valor, mucho valor y una gran fuerza de ánimo. 

La paz es un don suyo, Señor, pero es tarea nuestra difundirla. Somos gentes de la no violencia. La no violencia exige, ante todo, la no cooperación con el mal y la denuncia pública de las injusticias. Nuestras “armas” se reducen a la fuerza de la verdad. Tú nos llamas, Señor, a ser corresponsables de los sufrimientos de nuestros hermanos. Te pedimos que, por los méritos de tus dolores, tengas misericordia de todos aquellos que sufren los horrores de la guerra. Ilumina las mentes y los corazones de los gobernantes de las naciones para que surjan leyes que exalten y respeten la dignidad humana.

 

UNDÉCIMA ESTACIÓN:

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

 

Y reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos. (Col 1,20)

 

Muchas veces los que sufrieron el horror y el sufrimiento de la guerra, se han preguntado dónde estaba Dios. Algunos de ellos, anunciaron que Dios estaba sufriendo con ellos. En cada uno de los seres que sufre está Dios. Los que condenaron a Jesús a la muerte, y los que siguen asesinándolo hoy en los rostros de tantos hermanos excluidos, siguen poniendo trampas, haciendo de la vida algo invivible. Los pueblos de refugiados e inmigrantes, los marginados por tantas y tantas causas, son pueblos crucificados que hay que bajar de la Cruz.

El ángel de Dios que consoló a Jesús en su oración en el huerto, no le evitó el trago sino que lo fortaleció hasta el final. Dios no está fuera de lo que está aconteciendo en nuestra sociedad. Dios no está arriba en los cielos indiferente y apático. Jesús, sumergiéndose en el mar del dolor, asumiendo el infortunio de los santos inocentes, los perdedores, los refugiados, las víctimas de la guerra, está experimentando que el amor es pasión. 

En este tiempo que nuestra sociedad está produciendo miedo y trayendo muerte a muchas personas en todo el mundo, la crucifixión de Cristo adquiere un significado especial. 

Es necesario que los recuerdos envenenados se conviertan en recuerdos pacificados. Esto no es fácil, desgraciadamente, nuestro tiempo ha descuidado la educación en el perdón y la reconciliación. Todos hemos sido clavados en la Cruz. Y muchas veces sentimos haber llegado al final del camino. No podemos movernos, no podemos encontrar una salida a esta sombría situación. Nos han dejado solos a la deriva.

Señor, miraste con cariño al ladrón con el que fuiste crucificado, aquel a quien le dijiste: En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso. No tomaste nota de su nacionalidad o del color de su piel. En cambio, en solidaridad con el sufrimiento del prójimo, simplemente aseguraste al hombre el amor de Dios y reconociste que juntos, estaríais en el paraíso.

 

 

DUOCÉCIMA ESTACIÓN:

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

 

Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separa, la enemistad. (Ef 2,14)

 

En cada persona herida por el odio y la violencia, o marginada por el egoísmo y la indiferencia, Cristo sigue sufriendo y muriendo. En los rostros de los derrotados en la vida se dibujan las facciones del rostro de Cristo que muere en la Cruz. Cuando miramos la Cruz, lo que más nos aterra y avergüenza no es el dolor de los clavos ni el calambre de las espinas. Es lo solo y abandonado que muere Jesús.

Después de tres años de dedicación a los más desheredados de la sociedad, después de haber curado enfermos, de haber perdonado pecados y de haber dado de comer a multitudes que tenían hambre, después de haber mimado hasta el colmo a doce íntimos, suyos, Jesús muere en la más espantosa de las soledades. Y Jesús muere solo… Hasta el mismo Dios parece haberse contagiado de la enfermedad de esconderse.

Lo que vemos como un fracaso, Dios lo transforma en victoria. Donde vemos sólo desesperación y devastación, Dios obra de maneras sorprendentes y espectaculares. Tenemos que reconciliarnos para alcanzar la paz.

De lo contrario el grito de Jesús será el grito compartido en el matadero de la historia y el grito de innumerables víctimas. Y las víctimas serán los chivos expiatorios del orden socio religioso y político, y los velos de los templos, se recoserán y se volverán a rasgar, como un camino sin retorno… 

Señor que exista una distribución más justa de las riquezas para que, los descartados, tengan una esperanza viva. Que podamos cambiar con nuestras acciones ese futuro oscuro, por uno lleno de luz brillante. Que la memoria de tu pasión sea un aguijón en el corazón de todo discurso religioso. Que a partir de ahora, ya no sea posible prescindir de las víctimas, porque siempre estarán incomodando y la sangre de Abel seguirá clamando…

 

 

DECIMOTERCERA ESTACIÓN:

JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

 

Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo. (Jn 16,33)

 

Crucificado como maldito de Dios. Solidario con los sufrientes y los malditos. Dureza y más dureza de corazón, le dicen que baje de la Cruz, que se salve. Y no saben que Jesús desde dentro, desde lo más suyo, está dando su vida, y que no baja de la Cruz porque se ha puesto en manos del Padre. 

Le quitan la vida pero Jesús la está dando, no genera violencia, ni resistencia porque hasta el final Jesús se negará a generar sufrimiento, el clavo del mal no se quita con mal, la violencia no se elimina con violencia, el dominio no se derrumba con otro dominio. El Dios desde el que se ha vivido como fuente de la Vida no puede generar muerte, el Dios de la compasión no puede generar odio, el Dios de la misericordia no puede acreditarse con venganzas, el Bendito no puede maldecir, el Santo no puede generar más infiernos. Víctima con las víctimas, dando un fuerte grito expiró. 

Al contemplar el cuerpo destrozado de Jesús, recordamos su plena humanidad. Nos recuerda nuestra llamada a la solidaridad porque, a partir de nuestra propia experiencia corporal de la creación, podemos entender y apreciar la del otro, no importa dónde o cuándo, él o ella pueda vivir.

Ser constructor de paz no se puede hacer en solitario. Es importante que la paz de Dios se haga visible en una fraternidad humana. Sólo desde la fraternidad tenemos la posibilidad de que nuestro esfuerzo por la paz sirva más al bien común que a nosotros mismos. 

Al vivir la Eucaristía, como pan partido y compartido, recibimos una oportunidad de poner nuestras propias necesidades a un lado y reemplazarlas con las de otro con las necesidades de nuestro prójimo como lo hizo Dios, así que nos despojamos de lo que significa ser “yo” y comprender mejor lo que significa ser alguien más.

 

 

DECIMOCUARTA ESTACIÓN: 

JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO

 

Gracia y paz a vosotros de parte de ‘Aquel que es, que era y que va a venir’ (Ap 1,4)

 

Jesús ha muerto… ha entregado su cuerpo y derramado su sangre por la liberación de los hombres. Jesús ha vencido al pecado.

Todo ha terminado. Silencio y dolor en el corazón de los que le amaban. En la comunidad del llanto y del duelo mantienen el recuerdo de todo lo vivido con Jesús. Ellos se han dispersado, todo huele a fracaso, negación, traición y debilidad. Han herido al pastor y se han dispersado las ovejas.

Nosotros sabemos cómo termina la historia. Sabemos que después de sólo tres días, la victoria de Dios resplandece. Pero ellos no sabían que la historia terminaría en triunfo. Para ellos, la historia ya había terminado, y todo había sido en vano.

Para los cristianos ser constructores de paz no es una opción. Es una “obligación sagrada” sea cual sea nuestra situación. Es una vocación a tiempo completo y, en este momento de la historia, tal vez, la más urgente de todas nuestras tareas. Es una forma de vida que compromete continuamente todo nuestro ser.

Que la no violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas.

Señor, nuestra fe nos dice que has vencido. La última palabra no la tendrá la violencia, la muerte o la guerra, sino la cultura de la vida. La oscuridad ha terminado. Las semillas que plantamos hoy darán fruto mañana. Nuestros esfuerzos de amar nunca se pierden. Somos profetas de un futuro que no es nuestro. 

 

 

DECIMOQUINTA ESTACIÓN: 

JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

 

Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘la paz con vosotros’. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. (Jn 20, 19-21)

 

María Magdalena está rota, le han arrancado lo que más quería, dolida y mirando los lugares de muerte, llora, ni el consuelo de su cadáver tiene, pues o lo han robado o lo han echado al muladar. Busca, pregunta como en la Cantar de los Cantares si han visto al amor de su vida, la aflicción no le ha matado el deseo. ¡María!, el corazón se le conmueve y se le abren los ojos, se siente llamada por su nombre, se siente invadida por una infinita ternura. La gente de la ley al tratar a una mujer como a ella la llamaba pecadora, manchada, poseída. El Viviente la llama por su nombre, la lleva consigo a las fuentes de la vida. 

El Padre estaba con Jesús, todo su vivir fue un tratar a la gente por su nombre. El que estaba muerto para los criminales está vivo para Dios. El blasfemo para el templo ha sido la visita de Dios a su pueblo. La vida se abre al futuro de Dios. Es posible percibir toda la realidad desde la vida y no desde la muerte.

¿Cuántos de nosotros estamos viviendo nuestros propios “tres días”, un período oscuro aparentemente sin fin a la vista? ¿Cuántos de nosotros tiramos la toalla rápidamente, para decir que nuestros esfuerzos para hacer del mundo un lugar mejor, para llevar a cabo la misericordia, la justicia y la paz son en vano y sin esperanza?  La esperanza se asienta en la experiencia de la fe en el Dios vivo, una fe más fuerte que la violencia, la división, el juicio o la guerra. No somos un grupo de personas que se han agrupado para unir sus fuerzas y hacer que la victoria sea más probable. No. La comunidad cristiana es la expresión de una victoria ya conseguida: La muerte ha sido vencida, por eso, somos gentes de paz, de esperanza y agradecidas.

Señor, tu gloriosa Resurrección ha transformado la muerte en vida, hoy te damos gracias porque somos bienaventurados, pues nos has abierto las puertas de una Vida nueva, nos has enseñado que el sufrimiento lleva a la gloria y que la esperanza no muere. Escucha las suplicas que la Iglesia eleva a ti. Señor, que en este momento que has vencido a la muerte, lleva contigo todos los dolores y sufrimientos de los hermanos que sufren los flecos de la guerra para que sea más fácil el camino que nos queda por recorrer