✒ Carlos Chova
Presentador y conductor del Taller ‘Misión evangelizadora de la escuela. Hacia un proyecto educativo evangelizador’

No son muchas las ocasiones que tenemos los laicos de reunirnos a modo de asamblea diocesana para revisar cuál es nuestra misión, formular propuestas de futuro, imaginar utopías, pero sobre todo, poder compartir hechos y vivencias.
Y es que, la experiencia vivida durante los dos días que duró el congreso me recordó a esos primeros creyentes que “tenían una sola alma y un solo corazón”. Sin duda, esa fue la intención principal a la hora de hacer un llamamiento a los laicos de toda nuestra iglesia diocesana: sentir que formamos parte de una gran comunidad unida por un solo espíritu y un inmenso corazón.

Con esa convicción viví con gozo ver a tantas personas, mayores y jóvenes, procedentes de numerosas parroquias de las ocho vicarías, de movimientos, asociaciones y centros educativos con deseo de “caminar juntos”; como apuntaba el lema del congreso.

Precisamente eso fue lo que hicimos: compartimos iniciativas, proyectos e ideas juntos, rezamos juntos, reímos juntos y hasta incluso, sonreímos al futuro juntos.

A nivel personal, mi participación en el congreso, además de la de ser congresista, fue la de colaborar con la comisión coordinadora en la presentación de los actos comunes y la de dinamizar uno de los talleres, concretamente el de Misión evangelizadora de la escuela. Hacia un proyecto educativo evangelizador.

Sobre la primera tarea, solo puedo sentirme agradecido por la confianza en mí depositada y la oportunidad que supuso al ser la voz de quienes con gran esfuerzo habían estado trabajando desde hacía mucho tiempo para el mejor desarrollo del congreso.

En cuanto al taller, sentí que era un privilegio poder escuchar las numerosas propuestas que surgieron, pero también las inquietudes de quienes desempeñamos nuestra misión como laicos en el ámbito educativo. Reconocer la valiosa aportación de la escuela católica a la sociedad y repensar la misión que nos corresponde en este momento de la historia, nos ayudó a los participantes del taller a descubrir nuevamente la hermosura de nuestra vocación como si se tratara de la perla preciosa que descubrió aquel mercader de perlas finas que al encontrar una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.

Sin embargo, de toda la experiencia vivida elijo la última parte: “Y ahora, ¿qué?” Pues ojalá hayamos salido del congreso caminando con paso firme y corazón renovado dispuestos a dar continuidad a través de un trabajo posterior que nos ayude a los laicos a renovar juntos nuestra misión.

Pues como nos propone el Papa Francisco en Fratelli Tutti: “¡Qué importante es soñar juntos! Los sueños se construyen juntos. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante.”

¡Es nuestro momento! Los laicos tenemos que asumir ese protagonismo que nos corresponde, sujetos a la misión a la que estamos llamados desde el momento de nuestro bautismo y discernir juntos qué nos pide la Iglesia Diocesana en este preciso momento.