Arturo Climent. Bonafé | Canónigo de la Catedral de Valencia

Bet- Lehem, Casa del pan. Está a 10 kilómetros de Jerusalén. Es una ciudad radiante de luz, encantadora; allí siempre es Navidad. Tiene unos 36.000 habitantes, son árabes. Todo Belén es un hermoso santuario lleno de numerosos campanarios donde la fe cristiana invita a descubrir la grandeza de Dios en aquel Niño.

Llena de tristeza el muro que ha construido el Estado de Israel para arrinconar a los palestinos; aquello es una gran prisión que va contra los Derechos Humanos, clama al cielo. El muro impresiona en pleno siglo XXI. Y sin embargo a nivel internacional no se hace nada para que no se construyan más kilómetros de muro separando familias y quitando campos de los palestinos, eliminando ingresos para poder vivir. Es una verdadera vergüenza.

En la Biblia, Belén se identifica con Éfrata cuando habla de la muerte y sepultura de Raquel, esposa de Jacob: “Murió Raquel y fue sepultada en el camino de Éfrata, que es Belén” (Gén. 35, 19). Mu­rió al dar a luz a Benjamín cuando Jacob volvía de Mesopotamia. En el reparto de tierras entre las tribus, quedó asignada a la tribu de Judá.

Belén entró en la historia bíblica con David; es la ciudad cuna del rey David, hijo menor de Jesé, ungido por el profeta Samuel como segundo rey de Israel (1 Samuel 16). El hermoso relato de Rut cuenta los orígenes de la dinastía davídica. Rut se casa con Booz, nace Obet y de éste, Jesé y de Jesé, David, el rey. El primer rey de Israel fue Saúl, consagrado por Samuel con agua de Siloé. Esta experiencia monárquica falló. Saúl no agradó a Dios. Y fue elegido David. La gloria más grande de Belén en el Antiguo Testamento está en ser la patria de David.

El profeta Miqueas anuncia que en Belén de Judá nacerá el Mesías, el Salvador (Miq. 5, 1ss).

Jesús nació en Belén -así lo afirman los Evangelios- en tiem­pos del rey Herodes, bajo el imperio de César Augusto, en un establo. El Evangelio menciona un pesebre. Así también lo presenta san Justino, natural del país, a mediados del siglo II.

Adriano profanó el lugar sagrado y lo convirtió en un bosque en honor de Adonis. Los primeros cristianos no olvidaron estos aconteci­mientos ocurridos en Belén y veneraron el lugar donde nació Jesús.

Después de la proclamación de la libertad religiosa por el empe­rador Constantino el Grande, el obispo de Jerusalén, san Macario, pi­dió al emperador la restitución del lugar sagrado, y santa Elena hizo construir la hermosa basílica de la Natividad, que fue consagrada el 31 de mayo del año 339, la santa emperatriz ya había muerto.

El lugar lo vio san Cirilo de Jerusalén (348) cubierto de árboles y san Jerónimo (395) escribía: «Belén, que es ahora nuestra… estuvo bajo la sombra de un bosque de Tammuz; es decir, de Adonis, y en la cueva donde en otro tiempo se oyeron los primeros vagidos de Cristo niño se lloraba al querido de Venus».

Antes, Orígenes (248), gran estudioso de los Santos Lugares, escribía también: “En Belén, se muestra la cueva en que nació Jesús y, dentro de la cueva, el pesebre en el que fue reclinado, siendo de todos conocido, incluso de gentes ajenas a la fe; en esta cueva nació Jesu­cristo”.

San Jerónimo viene a establecerse en Belén año 384, se inicia un monasterio alrededor de la Gruta sagrada.

Llegamos a una gran plaza, la plaza del Pesebre, la mayor de Belén y nos encontramos ante la basílica de la Natividad. Se alza sobre la Gruta del Nacimiento. Da la impresión de encontramos ante una fortaleza dada su austeridad y la dureza de sus centenarios muros. Tres campanarios despuntan de la basílica, pertenecen a las tres confesiones que custodian aquel lugar santo: católicos, griegos y armenios.

La basílica que hoy visitamos está edificada sobre la de Constantino y es obra del emperador Justiniano, en el año 529; tiene forma de cruz latina. Cuatro filas de columnas y un gran transepto con dos ábsides y otro principal al fondo.

El padre Bagatti, franciscano enamorado de Tierra Santa, traba­jador infatigable en estudios arqueológicos, nos ofrece un bordado jo­ven, sorprendente y bello de noticias y hechos de la basílica.

Por un curioso fenómeno psicológico, las ordas de Cosroes, el año 614, refrenaron su furor al ver, en la fachada del templo, repre­sentados a los Magos con gorro frigio, y de este modo se abstuvieron de destruir la basílica. En el 638, el califa Omar vino a orar en el ábside meridional y permitió que entrasen sus secuaces en pequeños grupos, pero desde el siglo IX y X no se respetó ya esta cos­tumbre.

En tiempos del califa Hakim (1010), la basílica se libró de la ruina común por un hecho tan extraordinario, que en las crónicas contemporá­neas figura como milagroso. En 1099, los betlemitas invocaron a Buillón, acampado en Emaús, la defensa del santuario y acudió en su ayuda.

En 1187, Saladino se apoderó de Belén, pero respetó el santua­rio, donde en 1192 por la insistencia del obispo de Salisbury, Uberto Walter, fue restablecido el culto latino.

Después de la caída del reino latino (1291), a los canónigos re­gulares de san Agustín suceden, el año 1347, los franciscanos en el ofi­cio de la Basílica.

En la actualidad tres comunidades cristianas cuidan del sagrado lugar: Belén, la Gruta y la Basílica.

La Basílica de Belén es la más antigua de Tierra Santa; no fue destruida. Es la misma que hoy podemos admirar 1.500 años después de su construcción.

La Basílica propiamente no tiene fachada. Es un muro de pro­tección de aspecto austero del tiempo de los cruzados, apuntalado por dos gruesos contrafuertes.

Llama mucho la atención su puerta, muy pequeña (1,34 m. de alto por 0,80 cm. de ancho), formada por tres piedras monolíticas; es la única por la que se puede entrar, desde la plaza a la Basílica. Miras hacia arriba y descubres la existencia de la puerta original del siglo IV, y algo más abajo, la ojiva de otra posterior, siglo XII, que fue suplida por la actual del siglo XVI. El reducir el tamaño de la puerta se debe al afán de evitar que las hordas de forajidos y la brutalidad de los tur­cos, convirtieran la iglesia en establo, por lo menos los caballos no podían entrar.

¿Por qué hoy no se ha hecho más grande?

Al misterio de Navidad no se puede entrar si uno no es un niño o se hace pequeño, es decir, humilde, agachándose. Es tan grande lo que allí dentro se vive, que necesariamente el hombre ha de despojarse del orgullo, del egoísmo, del pecado, y sólo haciéndose pequeño, en­tenderá el misterio de Dios, de un Dios que se hace Niño, sencillo, pobre, humilde. Entrando por aquella Puerta Santa de Belén, – la Puerta de la Humildad – el hom­bre descubre a Dios, al Dios Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre para salvar a todos los hombres.

Es una basílica de cinco naves, amplia, de 54 por 35 metros y muy luminosa. Se remonta, como queda dicho, a Justiniano. Todavía hoy se pueden con­templar restos del primoroso tapiz de mosaico con que Constantino alfombró el templo. Según ha demostrado la arqueología con estos mosaicos estaba tapizada toda la Basílica de Constantino año 339. En las paredes altas quedan fragmentos de los mosaicos con que los cruza­dos embellecieron el templo en 1169 con escenas de la genealogía de Jesús y de los siete concilios cristológicos. Gracias a las últimas intervenciones se pueden apreciar los mosaicos restaurados. Las columnas están pintadas, y también se están restaurando.  Podemos decir que la basílica es la primera pinacoteca del mundo.

Bajemos a la gruta sagrada

Con espíritu de peregrino hay que acercarse al lugar del Nacimien­to de Jesús, bajaremos la escalera desde la Basílica a la sagrada Gruta.

Es una gruta natural de piedra calcárea, la escalera desemboca junto a un altar bajo el que, rodeada de lámparas, brilla una estrella de plata en el lugar donde ocurrió el Nacimiento de Jesús. Una inscripción metida entre la plata de la estrella nos presenta el misterio sublime: «Hic de Virgine María Jesus Christus natus est». «Aquí nació Jesús de la Virgen María».

La gruta tiene forma rectangular, de 12 por 3,5 metros, sus pa­redes recubiertas por telas orientales, techo humeado y cirios encendi­dos, ambientan el lugar.

La fe empuja a besar aquella estrella, como si te guiara, al igual que a los Pastores y a los Magos de Oriente, a sentirte cerca de ese Dios hecho hombre en Belén. La Gruta del Nacimiento invita al recogimiento, a la oración, a la contemplación. Lucas 2, 1-7

Los franciscanos atendían la Basílica justiniana desde 1347, pero, después de que Palestina cayera en poder de los turcos en 1517, los griegos obtuvieron la parte principal y, después de los siglos XVII y XVIII de lucha por la hegemonía, se firmó en 1858 el statu quo, que regula minuciosamente todo. Así las cosas constru­yeron Santa Catalina en 1882, es la parroquia para los árabes católi­cos de Belén.