Seguramente muchos de ustedes recordarán lo dicho por Bibiana Aído, cuando afirmó que el embrión “es un ser vivo, no un ser humano. A mi juicio, la controversia que esta declaración suscitó podría solventarse afirmando que un ser vivo de la especie animal humana, por su propia naturaleza, no puede ser otra cosa que un ser humano. Pero se puede profundizar un poco más en el tema.
Primero dos afirmaciones. La especie viene determinada por el genoma del individuo, aunque el individuo, cada uno de nosotros, es algo más que genoma, pues lo epigenético, influye decisivamente en conformar lo que cada uno de nosotros somos. Pero determinar la especie a la que pertenecemos lo define el genoma, y éste se constituye individualmente con la fecundación, tras la fusión de los gametos masculino y femenino, que nuestros padres nos aportan. Somos de la misma especie que ellos, y ellos que la de sus padres y abuelos, y así sucesivamente hasta nuestros primeros padres, ambos humanos, pues así los creo Dios, “hombre y mujer los creo”.
Por tanto, afirmar que el embrión, como ser vivo de nuestra especie, es un ser humano, estimo que no requiere ninguna ulterior demostración. Desde la fecundación y primera división celular, ese ser humano incipiente lo es por naturaleza y lo seguirá siendo en sus diversas fases de desarrollo hasta su muerte natural. Esta es, a nuestro juicio, una verdad biológica, que no requiere mayor demostración, y que solamente un infundado juicio, carente del más elemental sentido común, pueda tratar de negar.
Estimo, que aquí podríamos terminar nuestro artículo, pero profundizaremos un poco más.
A mi juicio, el más candente tema de debate en la moderna bioética es tratar de determinar cuándo se inicia la vida, esa que algunos no quieren llamar humana, pero que sin ninguna duda lo es.
Así lo afirmaba, con acierto, Helen Pearson, en Nature, en 2002 de, cuando manifestaba “Your dignity from day one”, al referirse a unas interesantes experiencias del grupo de Zernicka Goetz, profesora de la Universidad de Cambridge, que habían publicado en un trabajo en el que demostraban que el cigoto, el embrión humano de una célula, es un ser organizado y vivo de
nuestra especie.
Creo que los que defendemos la vida humana podemos deambular con paz por el proceloso mar de las discusiones bioéticas, pues nuestra afirmación de que la vida humana empieza con la fecundación y primera división celular, estimo que es incontrovertible, afirmación que hace suya la Iglesia Católica, por lo que los católicos de la mano de nuestra Madre, podemos estar seguros que caminamos por un sendero que no solamente es moral, sino que también está construido sobre las más seguras bases científicas.
Otra cosa es que algunos a ese embrión temprano, quieran negarle sus prerrogativas de ser humano vivo, para así poder manipularlo o incluso destruirlo, sin ninguna responsabilidad ética. No hay que olvidar que desde la fecundación hasta la consolidación de la implantación, aproximadamente en el día 14 de vida del embrión, se dan los mayores ataques a la vida humana, pues en esa corta etapa de tiempo es cuando el embrión humano puede ser destruido por técnicas tan utilizadas como: la contracepción, el uso de la píldora del día después, la fecundación in vitro, el diagnóstico genético preimplantacional, la producción de líneas celulares embrionarias humanas, la clonación etc…
Es por ello, por lo que muchos, posiblemente también Bibiana Aído, han luchado, y creo que seguirán haciéndolo, para negar a ese incipiente ser su carácter de humano y así poder destruirlo sin trabas morales.