Eduardo Martínez | 6-02-2014
850 millones de personas (12% de la población mundial) padecen hambre en la actualidad, según datos de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Está constatado también que la producción actual de alimentos sería suficiente para erradicarla. El problema es que mucha de esa comida se desperdicia o, sencillamente, no llega a los más desfavorecidos. El papa Francisco ha calificado ya en varias ocasiones esta situación de “escándalo” y de “vergüenza”. Esta semana, en la que celebramos el ‘Día del Ayuno Voluntario’ y las ‘cenas del hambre’, dentro de la campaña nacional de Manos Unidas, nos acercamos a la biografía de Jorge Mario Bergoglio para conocer un poco mejor la fuerte sensibilidad que el hoy obispo de Roma siempre ha tenido hacia esta lacra que todavía, en pleno siglo XXI, sigue azotando a nuestro mundo.
Dicen quienes le conocieron de joven que, más allá del voto de pobreza que en su día emitió como religioso jesuita, la austeridad de Bergoglio y su intensa preocupación hacia los necesitados le viene de su condición de hijo de inmigrantes. “Eso a Jorge le viene de casa. Él es así –comenta un amigo personal suyo en el libro ‘Francisco. El Papa de la gente’, de Evangelina Himitian-. En su casa no había necesidades, pero tampoco sobraba nada. Los padres llegaron como inmigrantes y con mucho esfuerzo se hicieron un lugar. Él abrazó ese estilo austero de su casa, donde administrar muy bien los recursos era la única opción para que lo que había alcanzara para todos”.
Siendo muy joven, en su etapa de seminarista en Chile, el futuro Papa escribió una carta a su hermana María Elena en la que también quedaba patente su especial sensibilidad hacia los pobres. La recoge Himitian en la citada obra: “Te voy a contar algo: yo doy clases de religión en una escuela, a tercero y cuarto grado. Los chicos y las chicas son muy pobres; algunos hasta vienen descalzos al colegio. Muchas veces no tienen nada que comer, y en invierno sienten el frío en toda su crudeza. Tú no sabes lo que es eso, pues nunca te faltó comida, y cuando sientes frío te acercas a una estufa. Te digo esto para que pienses… Cuando estás contenta, hay muchos niños que están llorando. Cuando te sientas a la mesa, muchos no tienen más que un pedazo de paz para comer, y cuando llueve y hace frío, muchos están viviendo en cuevas de lata y, a veces, no tienen con qué cubrirse. Los otros días me decía una viejita: ‘Padrecito, si yo pudiera conseguir una frazada, ¡qué bien me vendría!, porque de noche siento mucho frío’. Y lo peor de todo es que no conocen a Jesús. No lo conocen porque no hay quién se lo enseñe. Comprendés ahora por qué te digo que hacen falta muchos santos?”.
Apadrina una campaña de Cáritas
Mucho más conocidas son las reiteradas denuncias de Bergoglio, siendo arzobispo de Buenos Aires, hacia los abusos del sistema político y económico que provocan el “descarte” de los más pobres. Esas críticas le acarrearon intensas quejas y tensiones con las autoridades del país.
Y en los pocos meses que lleva como papa, Bergoglio ha clamado ya en muchas ocasiones contra el hambre, las políticas económicas insolidarias, el desperdicio de toneladas de alimentos… Son aspectos que no ha dejado pasar tampoco en algunos de los más importantes documentos que ha firmado hasta la fecha, como la exhortación apostólica ‘Evangelii gaudium’ o el mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, en el que clama contra la «vergüenza» del hambre. El Obispo de Roma ha apadrinado, además, la campaña ‘Una sola familia humana, alimentos para todos’, lanzada por Caritas Internationalis.
Estas otras palabras de Francisco, dirigidas a la FAO el pasado 16 octubre con ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación, pueden resumir bien su visión sobre la lacra del hambre: “Es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo (…). Pero el hambre y la desnutrición nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema (…). Algo tiene que cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades. ¿Qué podemos hacer? Creo que un paso importante es abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa; y esto, no sólo en la dinámica de las relaciones humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global. Pienso que es necesario, hoy más que nunca, educarnos en la solidaridad”.