El año pasado tuvieron la amabilidad de publicarme un artículo titulado ‘Herodes sigue actuando’. Transcurrido un año tenemos que constatar con tristeza que Herodes sigue actuando… ¡pero los buenos también lo hacen! Ciertamente, hay quien busca enriquecerse a toda costa aprovechándose del sufrimiento de mujeres que se encuentran con graves dificultades ante un embarazo, transformando el dolor ajeno en negocio. Es verdad también que siguen existiendo, y actuando, quienes prefieren imponer sus prejuicios ideológicos sobre el aborto, llegando a calificarlo como ‘derecho humano’, a las necesidades y problemas reales de las mujeres que se ven empujadas, por soledad o desesperación, a plantearse esa terrible opción. Hay gobernantes que obligan a limitar el número de hijos, utilizando el aborto como medio de control de la población, y de las conciencias. Se mantienen tradiciones que, en un horrendo desprecio a la mujer, consienten y permiten el aborto selectivo de niñas –ante la indiferencia y silencio culpable de Occidente, incapaz de alzar la voz cuando aquí se aborta sin restricción alguna-. Hay millonarias fundaciones dispuestas a promocionar el aborto y financiar la anticoncepción, por pánico a la vida –“somos demasiados”, dicen, pero en realidad lo que tienen es miedo a perder algo de su poder y riquezas-, hablando de libertad, de derecho a elegir, de progreso. Esconden las secuelas y el sufrimiento al que abocan a las madres, porque son madres desde el momento mismo de la concepción. Madres de hijos muertos –de hijos matados, exactamente-, pero madres.
Pero, al mismo tiempo, hemos visto en el pasado año muchos signos alentadores a favor de la cultura de la vida: manifestaciones, concentraciones y movilizaciones en defensa del valor y dignidad de la vida humana; éxito de la Iniciativa Ciudadana Europea “Uno de Nosotros”; presentación de iniciativas legislativas populares de apoyo a la maternidad, como la admitida a trámite en Asturias; se ha rechazado, por dos veces, un informe presentado ante el Parlamento Europeo que pretendía imponer el aborto como un supuesto derecho y violentar el derecho de los padres a elegir el tipo de educación de sus hijos, especialmente en un tema tan esencial como la educación afectivo-sexual; anteproyecto para modificar la legislación española sobre el aborto, derogando una de las peores leyes existentes en este ámbito, pues desprotegía totalmente la vida humana naciente, privándola de todo derecho. Son razones para la esperanza.
El anteproyecto actual apunta en la buena dirección: aumenta la protección del concebido, haciéndolo visible como ‘uno de nosotros’; revierte la dinámica de promoción del aborto y de su conversión en negocio; el aborto no se considera derecho.
Es cierto que la sociedad va cambiando respecto a la defensa de la vida y al apoyo a la maternidad, pero aún queda mucho trabajo por hacer. Cada vez hay más argumentos de todo tipo a favor de la vida humana: jurídicos, científicos, éticos, y también religiosos, obviamente. Cada vez son compartidos por más gente, especialmente por los jóvenes. Nuestra sociedad no está dispuesta a tolerar imposiciones ideológicas en un tema tan trascendental como la vida. Cada vez más países aprueban normas restrictivas del aborto, normas que avanzan en la protección de la vida humana naciente y en el apoyo a la madre, a pesar del terrible imperialismo demográfico impuesto por las presiones de diversos organismos e instancias internacionales, junto a todopoderosas y multimillonarias fundaciones supuestamente filantrópicas.
Frente a los que trabajan para difundir la cultura de la muerte, cada vez más gente buena, se empeña en promover la cultura de la vida. Como dije en el artículo del año pasado, la Iglesia, Madre y Maestra, nos invita a poner los pies en la tierra, a no perder el contacto con la realidad. Hay muchos signos alentadores, como hemos visto, pero siguen existiendo poderosos intereses contrarios a la defensa de los más indefensos. Acabamos de recordar hace pocos días la matanza de los Santos Inocentes que nos hace presente que el corazón humano es capaz de lo mejor y de lo peor. En España, todavía, más de 325 niños son eliminados cada día. En un año, muchos más de cien mil inocentes son abortados en nuestras ciudades, millones en todo el mundo. Tenemos que seguir trabajando a favor de la vida. Todo lo que hagamos es poco, en este inmenso océano de maldad que supone justificar, legalizar y pretender revestir de derecho la matanza de inocentes. Pero también, cada gesto, por pequeño que parezca, tiene un inmenso valor: cada palabra de ánimo, cada ayuda, cada acompañamiento, cada euro que donemos, cada concentración, cada esfuerzo, cada oración que elevemos, cada sacrificio que ofrezcamos. Todos y cada uno de esos gestos, aparentemente inútiles e ineficaces, no quedará sin recompensa, sin dar fruto. Decía el filósofo Julián Marías que “la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha ocurrido en el siglo XX”. Tenemos que trabajar para que no se pueda decir lo mismo del siglo XXI.
En esta tarea, junto a la razón y la ciencia, nos ilumina también la Fe. El Papa Francisco, el quince de mayo, escribió un tweet: “Es Dios quien da la vida. Respetemos y amemos la vida humana, especialmente la que está indefensa en el seno de la madre.” El mismo hermoso y claro mensaje acaba de repetirnos en la Exhortación Evangelii Gaudium.