Debido a los recientes acontecimientos que han tenido lugar en nuestra diócesis de Valencia, como la toma de posesión del señor arzobispo Mons. Enrique Benavent Vidal y, en el ámbito de la Iglesia Universal, la muerte y exequias del Papa emérito Benedicto XVI, he querido diferir algún tiempo estos artículos, en los que es mi deseo glosar el apoyo extraordinario que don Marcelino Olaechea prestó a un destacado plan pastoral iniciado en la ciudad gerundense de Bañolas, el cual por malentendidos, rivalidades y celotipias, de tal manera se enrevesó, que la Nunciatura en Madrid tuvo que tomar cartas en el asunto.
Recientemente, el papa Francisco ha declarado la heroicidad en la vivencia de las virtudes de Magdalena Aulina Saurina, la promotora de aquel proyecto.

Don Marcelino con Magdalena Aulina.

Ramón Fita Revert
Delegado diocesano para las Causas de los Santos

Cuando las cosas son de Dios, salen; los malentendidos se aclaran y la verdad sale a flote.
Magdalena Aulina Saurina es la fundadora del Instituto Secular Operarias Parroquiales. La figura de esta mujer catalana nacida en Bañolas en 1897 ha sido estudiada a fondo y el resultado es que la Iglesia ha declarado que ella fue, y continua siendo, un modelo de vida cristiana, en particular para quienes son llamados a la perfección y a la santidad en la vida laical.
Antes de la ‘Provida Mater Eclesia’ promulgada por Pío XII en 1947, Magdalena Aulina logró discernir que era posible la secularidad consagrada en el apostolado ordinario. Era una muchacha sencilla, lista, buena y profundamente religiosa, enamorada de Dios y dispuesta a trabajar por Él y por la Iglesia. Desde jovencita tuvo una gran admiración por otra extraordinaria mujer, santa Gema Galgani; pero se adelantó a su tiempo.

Defensora de los derechos de la mujer, consideraba que las chicas debían recibir una educación integral. Para ello, impulsó en su pueblo de origen el Patronato de Obreras donde, además de enseñarles a leer y escribir, se les proporcionaba formación para las tareas domésticas y sobre todo, formación espiritual. La obra apostólica de Magdalena, de carácter laical y preferentemente parroquial, nació en mayo de 1916 a la sombra del párroco arcipreste de Bañolas don Ángel Sauquer quien fue su Director nato. De este modo se garantizaba la absoluta dependencia y sumisión filial a la Iglesia. Las tres principales actividades eran: “la enseñanza del catecismo; la instrucción elemental de las obreras en clases nocturnas; y el sostenimiento y fomento del culto en el templo de la Sagrada Familia”.

Como la misma Magdalena decía, se lanzó para servir a todos, “a campo raso, a merced de todos los vientos, y sin otra manera de sostenerse que levantando el corazón a Dios y hundiendo fuertemente los pies en el terreno de la propia vocación”. Es decir, estar en el mundo para santificarlo y evangelizarlo. Pero, supo asociar a su obra a un gran número de laicos de distinta edad y condición social; se integraron hombres y mujeres de carrera que aprovechaban los días de fiesta para dar conferencias a cuantos frecuentan el Casal Parroquial de la Sagrada Familia, donde las señoritas cuidaban a los mocosos con amor y solicitud. La Obra de Bañolas se fue consolidando. Ella decía: “A cada uno hay que asignarle un trabajo a tono con sus conocimientos o habilidades y procurar que se sientan atendidos”. Supo aglutinar en torno a sí a un elevado número de personas, entre las que se mezclaban intelectuales, gentes de carrera, sacerdotes de gran prestigio y gentes muy sencillas procedentes del mundo rural.

Las primeras dificultades se presentaron cuando, viendo el avance y la marcha ascendente de aquella misión que atraía a multitud de jóvenes, algunos eclesiásticos quisieron tomar la dirección de la Obra de Magdalena. Ella se opuso a esa pretensión ya que esa obra apostólica nació con carácter laical. Y al no conseguir su intento, al verse no correspondidos por aquella mujer, adoptaron una actitud hostil contra esa forma de apostolado. Los enemigos de Magdalena alegaban que querían velar por la pureza de la fe, la honestidad de las costumbres y el mantenimiento de la disciplina eclesiástica. Magdalena dejó bien sentado que estaba siempre dispuesta a aceptar las decisiones de la Iglesia, pero que se le permitiera el ideal apostólico laical en su modo de actuar.

Su gran obra llegó cuando impulsó la secularidad consagrada, es decir, que a ese ideal apostólico pudiesen pertenecer personas que consagrasen su vida a Dios sin necesidad de vestir un hábito ni ingresar en un convento. La casa de Bañolas se fue llenando de jóvenes deseosas de santificarse en la Obra de Magdalena. Crecía y se iban desarrollando sus actividades al compás de la colaboración que muchas personas atraídas por aquella actividad apostólica de ‘Casa Nostra’, portadora de aires nuevos. Imperaba un sentido de familia y se respiraba un ambiente de paz y de serenidad que no pasaban desapercibidos. Muchas familias de Bañolas y de otros lugares colaboraron con generosidad y según sus posibilidades en el desarrollo de aquella misión. Magdalena levantó un verdadero movimiento espiritual que abarcaba a familias enteras y logró despertar el deseo de una vida de mayor perfección, cada cual en su estado y circunstancias. Muchos acudían al Casal parroquial de la Sagrada Familia a alimentarse del espíritu y enseñanzas de aquella extraordinaria mujer que había pasado casi del anonimato a ser una figura conocida y, por supuesto, discutida.

Incluso el pedagogo Manuel Siurot estuvo en Bañolas y quedó impresionado por la figura de Magdalena Aulina y del ambiente que reinaba a su alrededor. Pudo experimentar con qué entusiasmo ella y las que la seguían, realizaban el apostolado social y catequético.

Sin embargo, aquella iniciativa contó con la férrea oposición del obispo de Gerona monseñor José Cartañá, pues ese modo de vida apostólica –lo que años más tarde serían los Institutos Seculares– no formaba parte de los cánones del catolicismo de los años 20 y 30 del pasado siglo XX. El obispo de la Gerona hizo público, en enero de 1936, un decreto en el que tomaba medidas contundentes contra Magdalena Aulina y sus fieles seguidores. Para evitar el escándalo el párroco de Bañolas intercedió a favor de una entrevista del Sr. Obispo con Magdalena. El encuentro tuvo lugar en la curia de Gerona donde se había preparado una declaración que Magdalena debía firmar y jurar su pleno cumplimiento. Pero, ante ciertas dificultades ella no pudo estampar su firma. Y de ahí derivaron las denuncias y acusaciones de desobediencia a la autoridad eclesiástica. La oposición del obispo de Gerona llegó hasta el punto de prohibir a Magdalena Aulina, así como a todos sus fieles seguidores, recibir los Sacramentos.

En julio de ese año estalló la guerra civil y Magdalena intuyó que su Obra iba a ser desmantelada; ella sentía la responsabilidad no solo de las jóvenes Operarias que en aquel momento tenía en su casa, sino que, desde los primeros días del conflicto muchas personas, para salvar sus vidas, buscaron refugio en ‘Casa nostra’: padres, hermanos y familiares de aquellas jóvenes; también algunos sacerdotes y religiosos. No fue fácil, pero Magdalena salvó a muchas personas; a nadie rehusó hasta encontrar alojamiento para todos.

El mismo obispo de Gerona José Cartañá tuvo que abandonar su diócesis y pasar a Francia. Una vez allí buscó refugio en Pamplona siendo acogido por el obispo de aquella diócesis que era Mons. Marcelino Olaechea y permaneció largo tiempo en Navarra.

Al terminar la guerra y la persecución religiosa, la primera actitud de Magdalena fue ofrecerse al obispo Cartañá para la restauración del culto y de la vida parroquial en la iglesia de la Sagrada Familia de Bañolas. El prelado no contestó a su ofrecimiento. Es más, en febrero de 1939 unos comisionados del Sr. Obispo visitaron a Magdalena exigiéndole la entrega de las llaves de la iglesia de la Sagrada Familia que se había ya dispuesto para el culto. Las Operarias, con Magdalena al frente, iban constatando con mayor claridad, que se les iba retirando toda posibilidad de participación en la vida parroquial.

La situación se fue complicando cada vez más hasta el punto de que el señor Nuncio en España monseñor Cicognani tomó cartas en el asunto: encargó a Mons. Olaechea, entonces obispo de Pamplona, que interviniera a fin de que cesara la oposición del obispo Cartañá contra unas personas de pública y reconocida bondad que había culminado con una incomprensible sanción. Don Marcelino asumió el delicado e ingrato papel de mediador. Por su indiscutible autoridad moral y su dignidad episcopal, estaba en buenas condiciones para dialogar con el obispo Cartañá. La proverbial acogida que don Marcelino Olaechea tuvo para muchos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que para salvar sus vidas tuvieron que huir sobre todo de Cataluña durante la persecución religiosa de 1936-1939, – se pueden citar, entre otros, a los monjes benedictinos de Montserrat, al cardenal Gomá, a las monjas Mínimas de Barcelona-Horta y al obispo de Gerona José Cartañá-, ayudó a que el tenso enfrentamiento entre el obispo Cartañá, Magdalena y sus fieles seguidores, encontrase una tercera persona que mediase. Olaechea conocía además, la persona y la Obra de Magdalena, creía en su inocencia y estaba convencido de que había que llegar cuanto antes a una solución.

Fueron necesarios más de dos años de intenso y movido trabajo epistolar, visitas y mutuas entrevistas para llegar a propuestas concretas. Por fin, el 23 de diciembre de 1941 Magdalena Aulina, acompañada por Monserrat Boada, visitó al prelado de Gerona y le reiteró su declaración de fe católica en un acto de búsqueda de la paz para ella y para sus seguidores sancionados con penas canónicas. Así quedó concluido aquel estado de excepción que el Sr. Obispo de Gerona resumió con estas palabras: “El caso de Bañolas ya no existe, gracias al Señor”.