Por Antonio Díaz Tortajada
Delegado episcopal de Religiosidad Popular

Una de las devociones más extendidas de la “religiosidad popular” es la de Nuestra Señora del Santo Rosario.
Según cuenta la tradición, el origen del Santo Rosario se remonta al siglo XIII, concretamente al año 1208, momento en el que se apareció la Virgen María a Santo Domingo y le enseñó a rezarlo así como le insistió de la necesidad de llevar a cabo esta práctica contra las herejías del momento.

Aunque el proceso de creación de Cofradías y Hermandades para el rezo del Santo Rosario comienza en el siglo XV, al que dio gran impulso el apoyo prestado por san Pío V que atribuyó a la Virgen del Rosario el triunfo en Lepanto (1571) y el de Gregorio XIII que estableció su fiesta en el primer domingo de octubre; así mismo el llamamiento de Felipe IV a los obispos en1655 para que promocionaran esta práctica. Fue, sin embargo, Inocencio XI, quien impulsó esta práctica religiosa en toda la Iglesia.
He aquí algunas de las peculiaridades de este fenómeno de “religiosidad popular” que van más allá de una imagen devocional, una cofradía o una serie de manifestaciones populares. La devoción al Santo Rosario es el resultado que deriva de la práctica de una oración, vocal o mental, en la que el fiel contempla los misterios de la vida de Cristo a través de la figura de la Virgen María.

El Santo Rosario es una oración esencialmente contemplativa, cuya recitación exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezcan, en quien ora, la meditación de los misterios de la vida del Señor.

El Santo Rosario nos invita a contemplar pasajes –o misterios– fundamentales de los Evangelios y de la vida de María, lo cual hace que nuestro modo de contemplar a Dios sea diferente a medida que avanzamos en el rezo del Santo Rosario.

Por ejemplo, no es lo mismo lo que sentimos cuando rezamos las Avemarías mientras contemplamos la Anunciación, a cuando contemplamos el Nacimiento del Señor, la Oración en el Huerto de los Olivos o a Jesús muerto en los brazos de su Madre. También interviene mucho nuestro estado anímico, pues no es igual rezar el Santo Rosario con la alegría de haber conseguido un buen puesto trabajo, a hacerlo desde la angustia de tener a un familiar gravemente enfermo. Todo eso es lo que hace del Santo Rosario un camino orante que cambia día a día.

No podemos dejar desapercibido su marcado carácter catequético y pedagógico, y su importantísima contribución a lo largo de tantos siglos a que el pueblo fiel, que por lo general era analfabeto y sin acceso a las Sagradas Escrituras, comprendiera de forma sencilla, y práctica, los principales misterios de la vida de Cristo y la Virgen.

Al subrayar sobre el valor y belleza del Santo Rosario se debemos evitar expresiones que rebajen otras formas de piedad también excelentes o no tengan en cuenta la existencia de otras devociones marianas, también aprobadas por la Iglesia, o que puedan crear un sentimiento de culpa en quien no lo recita habitualmente: El Santo Rosario es una oración excelente, pero el cristiano debe sentirse libre, atraído a rezarlo, en serena tranquilidad, por la intrínseca belleza del mismo.

Y es que, a medida que vamos tomando pericia y destreza en este rezo, notamos cómo va aunando y armonizando las dimensiones de nuestra persona –intelecto, corazón y corporalidad– y las recoge en nuestro interior para focalizarlas en Dios. Por una parte, nos pide tener el intelecto atento en el misterio que estamos contemplando, así como en lo que le decimos a la Virgen María. Si no estamos atentos, el Santo Rosario pierde bastante de su sentido. Pero este “estar atentos” no significa que necesariamente debamos razonar el contenido de lo que estamos orando. Aunque no está contraindicado hacerlo, más que razonar, es mejor limitarnos contemplar. Por eso, en vez de meditar los misterios mientras hacemos un silencio reflexivo, lo hacemos mientras rezamos “avemarías”, porque el objetivo es contemplar los misterios con los ojos de María.

El Santo Rosario nace como oración vocal y mental que se concreta en un instrumento de cuentas, pero que pronto se hace estética palpable en las imágenes de la Virgen con esta advocación, en las Cofradías y Hermandades, pero sobre todo es un fenómeno específico de la “religiosidad popular” desde fines del siglo XVII con el uso de los “Rosarios” públicos o callejeros.
Será a partir del siglo XIX cuando el “Rosario público” o se limitara progresivamente a las procesiones de la aurora los días festivos y la devoción se irá centrando en la imagen de la Virgen de esta advocación a la que se rinde culto y se la procesiona acompañada de faroles, música y la gente comienza a salir a rezar el Santo Rosario en las primeras horas del día por las calles y plazas.

Las hermandades que salían a las calles a rezar o cantar el Santo Rosario en la madrugada antes del alba, se les empezó a conocer como de la “aurora” tanto a la institución, como al ritual e incluso a los cantos que entonaban, fuera cual fuere la advocación mariana bajo cuya protección se colocaban.

Este fenómeno del “Rosario” público tiene sus raíces en la plena Edad Media y en un ámbito mixto entre monjes cartujos y frailes dominicos principalmente, pero no se consolida y adquiere su conformación y primera expansión hasta la segunda mitad del siglo XV.

Parte indisociable de los “rosarios de la aurora” estaban los campanilleros o auroros cuya función era recordar que era llegada la misa y el Santo Rosario, y ello lo hacían con el repiqueteo de sus campanas y entonando trovos, muchos de ellos de tono satírico.

Es fundamental subrayar la unión inseparable del Santo Rosario con la Orden de Predicadores, que fue la encargada de consolidar su estructura y expandir por todo el mundo esta devoción. Y es precisamente esta Orden la abanderada del Santo Rosario, a quien debemos uno de los fenómenos socio-religiosos más importantes para la difusión del Santo Rosario por todo el mundo: la creación de Cofradías o Hermandades del Rosario.

Pero estas asociaciones de fieles no verían la luz plena hasta dos siglos más tarde de manos de dos frailes dominicos, Alano de la Roca (1428-1475), que sistematiza y populariza el rezo del Santo Rosario tal como lo conocemos hoy, y Jacobo Sprenger (1435-1495), que partiendo de las bases cimentadas por Alano de la Roca, funda la primera Cofradía del Rosario en Colonia, con la aprobación del papa Sixto IV en 1448.

Los “rosarios públicos” constituyen una de las expresiones más pujantes de la “religiosidad popular”. El fenómeno se inicia en las postrimerías del siglo XVII y alcanza su esplendor en el primer tercio de la centuria del setecientos con la fundación de nuevas hermandades y la reorientación de algunas antiguas.

Lo que convierte el “rosario público” en un acontecimiento original, a diferencia de los hitos anteriores, es la iniciativa popular, que crea una expresión nueva en el rezo y devoción del Rosario, consolidando el aspecto comunitario y abriendo la modalidad coral a un escenario eminentemente público: la calle, las plazas de la ciudad, de los pueblos, el ámbito vivencial de las gentes que, de esta manera, se sacralizaba al hacerse presente la “trascendencia” a través de la comitiva de devotos.

El “rosario público” o callejero es un fenómeno primordial y casi exclusivo español e hispanoamericano, que surge en el entorno del clima misional barroco de la segunda mitad del siglo XVII y se constituye como el más genuino exponente de la “religiosidad popular” española moderna.

El “rosario público”, uso tremendamente dinámico, convierte las calles y plazas en un auténtico templo cada día que sale al amanecer a la calle, como una misión permanente que lleva a Cristo y la Virgen María a las personas allí donde se encuentran, con la novedad de que es el propio pueblo quien los hace presentes con su oración y cantos.

Juan Pablo II sorprendía al mundo cuando, poco después de ser elegido, decía a los fieles en la plaza de San Pedro: “El Santo Rosario es mi oración predilecta” (29 de octubre de 1978). Y dando pruebas de su mentalidad, profundamente teológica, ponía en relación esta oración mariana con la orientación que el concilio Vaticano II había dado sobre la Virgen: “Se puede decir que el Santo Rosario es un comentario-oración sobre el capítulo final de la constitución “Lumen gentium”.