21-09-2016
El Cardenal durante la intervención en la apertura del proceso.
«Nos espera una apasionante tarea de renovación pastoral». dijo el Papa, San Juan Pablo II en su Carta Apostólica «Al comenzar el Nuevo Milenio». Y en ello, en una renovación pastoral, estamos en la Iglesia y en nuestra diócesis. Esta tarea reclama algunas prioridades pastorales. El mismo Papa no dudaba en señalar, en primer lugar, que «la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad»: esa fue la perspectiva de la gran renovación eclesial del Vaticano II. Hoy más que nunca es necesario hacer hincapié en esta urgencia, que es fundamento de toda programación pastoral. Sin esto todo se desmorona, nada tiene consistencia.
En los momentos cruciales de la Iglesia han sido siempre los santos quienes han aportado luz, vida y caminos de renovación. También hoy que vivimos un tiempo crucial, necesitamos santos pedir a Dios con asiduidad santos, y ofrecer modelos de santidad. La vida entera de la comunidad eclesial, la de las familias cristianas, la de todos los cristianos, de cualquier clase o condición, debe ir en esta dirección: la que lleva a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor.
El programa de una pastoral de santidad es muy amplio y nadie creo que pueda albergar respecto de él recelo alguno ni tildarlo de escapismo o de fuga hacia un espiritualismo que nos haga desentendernos de nuestro mundo y de las necesidades que urgen y apremian: lo vemos claramente en tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia pasada y presente de la Iglesia, lo vemos en personas muy concretas de nuestro tiempo, verdaderos regalos de Dios, personalidades cinceladas en su interior por Dios mismo: una de esas es nuestro querido y recordado D. Jesús Pla Gandía, hombre recio, de personalidad y fe recia, cristiano ejemplar con la solidez de la Roca, Cristo, en quien fundó y asentó su vida. Un sacerdote, conforme al corazón de Dios, apostólico, celoso, siempre buscando dar a los fieles lo mejor que le podía dar: la fe. Un Obispo señero, primero Auxiliar de Valencia, después titular de Sigüenza­ Guadalajara-, un obispo incapaz de veleidades, hombre de Dios, Buen Pastor entregado a los suyos, para gastarse y desgastarse por ellos, en una dedicación completa a los duros trabajos del Evangelio, sin ahorrarse nada, sin escatimar nada, olvidándose de sí. Lo digo, con una palabra, un fiel discípulo del Buen Pastor y conforme a su corazón, amaestrado junto a las enseñanzas de san Juan de Ribera. Todos conservamos en la memoria quién fue, cómo fue, qué es lo que hizo, lo que nos enseño, lo que nos dejó como herencia suya, que es y resumo: el testimonio de las Bienaventuranzas. Estaremos ahora recordando miles de anécdotas suyas, y en nuestra retina se conserva su semblanza: una semblanza en la que brilla la semblanza de una vida santa. Por eso iniciamos este proceso de beatificación­ canonización de D. Jesús Pla Gandía; por eso pedimos a Dios, si esa es su voluntad, que sea reconocida su santidad por la Iglesia y que, como tal, sea propuesta por el Papa en la Iglesia.
Para mí, Obispo como él, como D. Jesús, el iniciar proceso que, con la benevolencia de Dios, pueda culminar en su canonización, si ese es su beneplácito, no sólo me emociona y llena de alegría sino que me abre un camino a seguir, el que el Papa San Juan Pablo II nos recordaba en su Carta «al comenzar un nuevo milenio»: el camino de la santidad, y grava mi responsabilidad con la diócesis de Valencia junto con la de Sigüenza-Guadalajara, a las que él sirvió y amó con tanta sencillez como verdad.
Dios ha querido que celebrásemos el inicio del proceso de canonización en esta diócesis de Valencia, podría haberse hecho en la de Sigüenza a la que sirvió y condujo con tanto celo y verdad apostólica: gracias a todos los de la diócesis hermana de Sigüenza, a su Obispo, que han tenido la deferencia que se iniciase el proceso en su diócesis natal, en la que creció, se formó y ordenó como sacerdote, aunque, hay que decirlo, el proceso será llevado conjunta y fraternalmente, en comunión sin fisura, entre las dos.
Iniciamos el proceso cuando en todas las diócesis se comienza una nueva etapa o curso pastoral, con programa pastorales abiertos al futuro y llenas de esperanza. Algo muy concreto nos está diciendo Dios particularmente a las diócesis hermanas de Sigüenza y de Valencia: algo muy fundamental y prioritario, aunque a algunos les pueda parecer poco moderno y «espiritual». No se nos ocultan por ejemplo, como señalaba San Juan Pablo II, que «son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza un nuevo milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre, quien está condenado al analfabetismo, quien carece de la asistencia médica más elemental, quien no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social». Ante este panorama, D. Jesús, como siempre nos enseño, nos enseña hoy ir al grano, a lo fundamental y prioritario: no era hombre de muchas complicaciones, iba a lo concreto, a lo sencillo, a lo fundamental.
Por eso, precisamente, ante tal panorama, y ante tales urgencias, el inicio del proceso de beatificación-canonización de D Jesús Pla nos lleva a lo prioritario en estos momentos que es una pastoral de la santidad. Sí, precisamente porque este es el panorama de nuestro mundo necesitado de paz y de amor y misericordia, y porque ciertamente una Iglesia de santos será una Iglesia, cuyos miembros, unidos a Cristo, serán testigos de la caridad que no tiene límites y de la entrega servicial a los hombres siguiendo el camino que Cristo recorrió, y es El mismo: el camino que siguieron nuestros santos por los que hoy damos gracias, el camino de las bienaventuranzas, retrato que Jesús nos dejó de sí mismo, dibujo de su rostro y descripción concreta de su infinita caridad. Tiempos recios, diría la Santa española por excelencia, Teresa de Jesús, santa de la reforma, son los tiempos que vivimos y en ellos no podemos contentarnos con una vida mediocre, con una aúrea medianía o mediocridad, estamos llamados a ser perfectos como nuestro padre Dios, a ser misericordiosos como Él, a ser santos como Él. Eso es lo que quiere Dios, y nos ayuda a serlo. Que nos dejemos ayudar por El y que Él, si esa es su voluntad, lleve a término el proceso que ahora iniciamos en su santo nombre.