La renovación litúrgica del concilio Vaticano II acentuó la dimensión celebrativa y festiva de la fe cristina, centrada en el misterio pascual de Cristo Salvador, en particular en la Eucaristía. A partir de esta renovación crecen las manifestaciones de la religiosidad popular, especialmente la piedad eucarística.
El culto al Santísimo Sacramento constituye uno de los pilares de la espiritualidad popular. La Eucaristía no ocupa un lugar concreto en la historia de la salvación, sino que la ocupa toda ella, de tal manera que está presente en el Antiguo Testamento como figura; está presente en el Nuevo Testamento como acontecimiento; y está presente en el tiempo de la Iglesia, en el que vivimos nosotros, como sacramento. La figura anticipa y prepara el acontecimiento, el sacramento prolonga y actualiza el acontecimiento. Por tanto, en el mismo corazón de la Iglesia se encuentra el Santísimo Sacramento, que la alienta y vivifica.
A la luz de la naturaleza y las características propias del culto cristiano, es evidente, ante todo, que los ejercicios de piedad deben ser conformes con la sana doctrina y con las leyes y normas de la Iglesia; además deben estar en armonía con la Sagrada Liturgia, y tener en cuenta, en la medida de la posible, los tiempos del año litúrgico y favoreciendo una participación consciente y activa en la oración común de la Iglesia.
Armonizar Liturgia y ejercicios de piedad
Los ejercicios de piedad pertenecen a la esfera del culto cristiano. Por esto, la Iglesia siempre ha sentido la necesidad de prestarles atención, para que a través de los mismos, Dios sea glorificado dignamente y el hombre obtenga provecho espiritual e impulso para llevar una vida cristiana coherente.
La Liturgia, por naturaleza, es superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por lo cual en la praxis pastoral hay que dar a la Liturgia el lugar preeminente que le corresponde respecto a los ejercicios de piedad; Liturgia y ejercicios de piedad deben coexistir respetando la jerarquía de valores y la naturaleza específica de ambas expresiones cultuales.
Una consideración atenta de estos principios debe llevar a un verdadero empeño para armonizar, en la medida de lo posible, los ejercicios de piedad con los ritmos y las exigencias de la Liturgia; esto es, sin fusionar o confundir las dos formas de piedad; para evitar, consiguientemente, la confusión y la mezcla híbrida de Liturgia y ejercicios de piedad.
No debemos contraponer la Liturgia a los ejercicios de piedad o, ir contra el sentir de la Iglesia, eliminándolos, produciendo un vacío que con frecuencia no se ve colmado, en perjuicio del pueblo fiel de los ejercicios de piedad.
En los ejercicios de piedad se debe acentuar el espíritu bíblico y la inspiración litúrgica, y también debe encontrarse en su expresión el aspecto ecuménico.
Se debe mostrar en ellos el núcleo esencial, descubierto a través del estudio histórico y hacer que reflejen aspectos de la espiritualidad de nuestros días, teniendo en cuenta las conclusiones ya adquiridas por una sana antropología, respetando la cultura y el estilo de expresión del pueblo al que se dirigen, sin perder los elementos tradicionales arraigados en las costumbres populares.
Las expresiones eucarísticas de la piedad popular son: Adoración el Jueves Santo (‘Monumento’); visita diaria a Jesús Sacramentado (‘Quince minutos en compañía de Jesús’), novena al Santísimo Sacramento, octavario breve al Santísimo Sacramento, Jueves eucarísticos, Jueves Santo (hora santa por las vocaciones sacerdotales), Adoración Nocturna, Jubileo eucarístico o Cuarenta horas, y Adoración perpetua o Adoración continua, entre otras.
Centremos nuestra atención en algunas de estas expresiones eucarísticas de la piedad popular.
Jueves Santo: La visita al lugar de la reserva del Santísimo Sacramento. La piedad popular es especialmente sensible a la adoración del Santísimo Sacramento, que sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor. A causa de un proceso histórico, que todavía no está del todo claro en algunas de sus fases, el lugar de la reserva se ha considerado como ‘santo sepulcro’. Los fieles acudían para venerar a Jesús que después del descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas cuarenta horas. Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva: Realizada con austera solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los fieles en la celebración litúrgica del Viernes Santo y para el Viático de los enfermos, es una invitación a la adoración, silenciosa y prolongada, del sacramento admirable, instituido en este día.
Por lo tanto, para el lugar de la reserva hay que evitar el término ‘sepulcro’ (‘monumento’), y en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria: El Sacramento hay que conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la exposición con la custodia. Después de la media noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin solemnidad, pues ya ha comenzado el día de la Pasión del Señor.
Solemnidad del Corpus Christi
La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor: El jueves o domingo siguiente a la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía; por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del Altar. La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi, con su consiguiente procesión por las calles del Santísimo en la custodia o expositor, a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el principal punto de confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura –arte, literatura, folclore- han contribuido a dar vida a muchas y significativas expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eucaristía.
La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la ‘forma tipo’ de las procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía: inmediatamente después de la misa, el pan que ha sido consagrado en dicha misa se conduce fuera de la iglesia para que el pueblo cristiano dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento.
Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: Se sienten ‘pueblo de Dios’ que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el ‘Dios con nosotros’. Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares en los diversos ángulos de las calles donde se colocará el Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones muevan a todos a manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor, y ajenos a toda forma de emulación.
Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del Santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la conclusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición con el Santísimo Sacramento.
Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el Santísimo Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohíbe la exposición realizada únicamente para impartir la bendición.
Adoración eucarística
La adoración eucarística: La adoración del Santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los sacerdotes y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la Cena del Señor y a la reserva de las sagradas especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las especies consagradas.
La reserva de las especies sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento. De hecho, la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo natural a la manifestación externa y pública de esta misma fe. La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.
Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre.
La adoración del Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras: La simple visita al Santísimo Sacramento reservado en el sagrario: Breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa en el Sagrario o expuesto en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve, o bien en la denominada Adoración Perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.
Todos estos actos de piedad popular, tan arraigados en la vida de nuestro pueblo cristiano, hacen que sean espacio para que Cristo se haga presente, y desde ellos debemos evangelizar esta experiencia de fe que nos resulta ‘próxima’.