17-02-2017
Me voy a referir a la presencia de los cristianos en el ámbito educativo. Sé que lo que vaya decir es políticamente incorrecto, pero me siento en el deber como Obispo de decirlo, con la conciencia de servir al bien común. Lo que diré nada tiene que ver con ningún adoctrinamiento ideológico sin razón, ni con ningún proselitismo abusivo. El sentido de la presencia de los cristianos en el mundo de la educación y en el ámbito de la enseñanza no es otro que evangelizar, es decir, enseñar el arte de vivir, llevar a cabo la obra de renovación de la humanidad, hacer hombres nuevos con la novedad del Evangelio conducir a los niños y a los jóvenes, a los hombres todos, a Cristo, llevarles la luz que es Cristo. Él que es la Luz y la Verdad, ha venido para dar testimonio de la Verdad: la verdad de Dios y la verdad del hombre. Nada de lo humano le es ajeno a Él. Es la clave para ver y comprender esa gran y fundamental realidad que es el hombre. No se puede comprender y ver al hombre hasta el fondo sin Cristo. O más bien, el hombre no es capaz de verse a sí mismo, de comprenderse a sí mismo hasta el fondo y llegar a ser lo que es y está llamado a ser hasta el fondo sin Cristo. No puede entender quién es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su vocación, ni su destino final. No puede ver y entender todo esto sin Cristo. Y por esto no se puede excluir a Cristo de la historia del hombre en ninguna parte. Excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre; la historia de cada hombre se desarrolla en Jesucristo; en El se hace historia de salvación. No podemos excluir, por ello mismo, a Cristo de la escuela, de la educación, donde el hombre aprende su verdad y a realizarse en su verdad de hombre. Por eso estamos ahí.
Y por ello nuestra presencia en este ámbito tan fundamental de la historia del hombre, como es el mundo de la educación y su concreción en la institución escolar, no puede ser otra que una presencia evangelizadora: para ofrecer la posibilidad efectiva de un encuentro con Jesucristo. El hombre-también el hombre roto de hoy, las nuevas generaciones-todo lo humano, la cultura y las culturas en las que se expresan las búsquedas e inquietudes de la humanidad- también la cultura quebrada de nuestra época y su realidad multicultural-están hechos para el encuentro con Cristo, y sólo en Cristo podrán encontrar el camino de la realización plena de la propia humanidad.
El mundo actual, en los países de vieja tradición cristiana, necesita de una inmensa tarea de reconstrucción. Al servicio de esta reconstrucción se halla la escuela como institución de la sociedad para hacer posible que las nuevas generaciones lleguen a ser personas libres, conscientes y creadoras, mediante la transmisión sistemática y crítica de la cultura. Esta reconstrucción ha de empezar por la recuperación de la persona humana. La escuela ha de empezar y tener, por lo mismo, en su centro, la recuperación de la persona humana. La clave para esa recuperación es el encuentro con Jesucristo, el Redentor del hombre, el que nos guía y nos hace participar de la verdad que libera. Por ello la reconstrucción de un mundo humano  -ahí está el papel de la educación-  y la evangelización son como dos caras de la misma realidad. No habrá reconstrucción sin una nueva evangelización. Y al revés, una evangelización que no generase una humanidad nueva, una nueva cultura, una nueva realidad en la educación, no sería una evangelización verdadera.
No habrá presencia de los cristianos en la educación que se le separe de la evangelización, que no entrañe el llevar la luz que es Cristo y el hacer discípulos de Él. Por amor a los hombres, urge el que las nuevas generaciones vengan o vuelvan a la escuela de Cristo, para hallar el verdadero, el pleno, el profundo significado de ser hombre o el profundo significado de palabras y realidades tan claves como paz, amor, justicia. La tarea es enorme, pero tenemos todos los motivos del mundo para la esperanza: en medio de la gran dificultad del momento, el drama del corazón humano permanece ahí, y ese corazón humano está hecho para el encuentro con Cristo, sus ojos están hechos para ver la luz y abrirse a la verdad, que es Cristo, el corazón del hombre está para que le vea y le siga.
Propiciar el encuentro con Cristo en persona es la razón de ser fundamental de la presencia de la Iglesia, de los cristianos, en el mundo de la enseñanza. Adherirse a Cristo en persona, esa es la dicha y la vocación humana. Si uno se queda detenido en ideales y valores, por muy atractivos que éstos sean y no se encuentra con la persona misma de Jesucristo y se confía a Él, no ha llegado hasta el final para ver y comprenderse en toda su hondura y grandeza.
La evangelización de nuestra sociedad y en la educación, no puede dejar de tener en cuenta las peculiares condiciones del momento histórico que vivimos. Hemos de asumir que los cristianos nos hallamos en este mundo nuestro de hoy en una situación de exilio cultural muy semejante a la de las primeras comunidades cristianas en el mundo pagano o judío. Con esta diferencia fundamental: que el cristianismo constituía entonces una novedad, mientras que la sociedad actual cree conocerlo, porque ha leído lo que dicen de él los textos oficiales de la historia. Ha aprendido, por así decirlo, a interpretarlo, en las claves que a él le son familiares, como ideología, como estructura de poder, como sistema abstracto de valores, como sentido estético, o sentimiento afectivo, o vivencia privada. Por desgracia, con mucha frecuencia, los mismos cristianos interpretamos así nuestra propia fe, y ése es quizá el obstáculo más persistente para una nueva evangelización, también en el mundo de la educación y de la enseñanza. En vez de juzgar el mundo desde las categorías que nos proporciona la experiencia de la fe, juzgamos la fe desde las categorías del mundo. Para que los hombres, para que las nuevas generaciones de niños y jóvenes, puedan percibir la gracia de Cristo como verdad, como luz, como realidad, en suma, humanamente significativa, es fundamental, por tanto, que nosotros mismos podamos superar las interpretaciones del cristianismo, y remitirnos a los hechos, a lo que nos ha sucedido. Es fundamental que se renueve en nosotros la experiencia de la fe. Que vuelva a darse en nosotros esa sorpresa y esa gratitud sin límite por una gracia presente que sostiene la vida, la gracia de la verdad, que es Cristo, la gracia de la sabiduría de la Cruz. El anuncio cristiano no puede ser un discurso abstracto, sólo puede ser el testimonio de algo que a uno le ha sucedido en la vida, el testimonio de la redención de Cristo, de la que brota una vida nueva, una visión nueva, una mirada nueva sobre toda la realidad, que se extiende a todas las facetas de la educación y las une, les da sentido e ilumina. Un testimonio puede ser rechazado o acogido, pero no es algo de lo que se pueda discutir por mucho tiempo: «Yo sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Así, sin hombres y mujeres convertidos a Jesucristo, que se han encontrado con El y se han dejado iluminar por El, como Camino verdad y vida no cabe una presencia evangelizadora y verdaderamente educadora de la Iglesia en mundo de la escuela.
Así, es necesario dedicar todos los esfuerzos y energías para que en el mundo de la educación y de la escuela haya hombres y mujeres convertidos a Jesucristo, que viven intensamente la experiencia cristiana, y que por su encuentro real con Jesucristo, plenitud de lo humano, viven dentro de sí la unidad entre las exigencias de la fe y de la razón, la síntesis entre la fe y la cultura. A todo esto podrá ayudar la presencia cristiana en el ámbito escolar, del nivel que sea, básico o universitario.