El 21 de diciembre de 1511 Antón Montesino, en nombre de toda su comunidad de dominicos, formulaba desde el púlpito en la isla La Española (actual República Dominicana) una denuncia sobre el maltrato e inhumana situación en que estaban los indios, intentando  despertar a sus oyentes de su “sueño letárgico tan dormidos”, en expresiones de Bartolomé de las Casas. Denuncia que generó grandes reacciones en aquella isla y en España y que además tuvo fundamentales consecuencias para la posterior Historia del Nuevo Mundo en cuanto a la Teología, la Filosofía, la Moral, el Derecho, la Evangelización, etc.
Estamos pues celebrando los quinientos años de tal hecho. Pero no se trata solamente de hacer un trabajo de Historia, sino un trabajo de memoria, es decir, hacer actual ese compromiso al servicio del infatigable combate por la justicia y la paz que como cristianos y como Iglesia debemos tener. Así, por ejemplo, lo reconocieron las conclusiones de Asambleas Generales del Episcopado Latinoamericano: la Tercera en Puebla (1979) nº 8; y la Cuarta en Santo Domingo (1992) nº 20. O la hermosa reciente Carta Pastoral de la Conferencia del Episcopado Dominicano En el Jubileo de la celebración de los 500 años de creación de las primeras diócesis en el Nuevo Mundo.
El contexto histórico, cultural, económico y político de América Latina ha cambiado mucho. Pero desde él sigue llegando al cielo el clamor de los indígenas y de los negros, de los campesinos, de las mujeres, de los mineros, de los niños, de los ancianos que piden justicia, dignidad, salud, trabajo, educación, libertad, respeto a sus culturas, el derecho a la tierra y al territorio, a una vida digna de seres humanos.
Muchos han seguido y siguen dormidos en un sueño letárgico profundo. Pero también han surgido voces proféticas como la de los Monseñores Proaño, Méndez Arceo, Laguna, Samuel Ruiz, Helder Cámara, Lorscheider, Pironio, Silva Henríquez, Romero, Angelelli,… Y ha habido mártires en todos los sectores de la Iglesia, desde obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas a campesinos, catequistas, indígenas, mujeres y niños, gente del pueblo.
Por otra parte, la indignación y los levantamientos populares han sido en estos últimos meses y son todavía hoy noticia en varios países del mundo. En algunos casos, es la determinación de liberarse de regímenes autoritarios. En otros, son grupos que cuestionan ciertas lógicas, en especial económicas, que parecen querer gobernar el mundo a pesar de las diferencias que ellas mismas acrecientan entre los hombres y de las graves inquietudes que engendran, en particular para los más jóvenes.
En este contexto es donde podemos hacer memoria de esa toma de posición de hace quinientos años de aquellos cristianos: atentos a la realidad de su tiempo, trataron de comprender sus desafíos y la situaron en una perspectiva teológica. Ellos quisieron invitar a escuchar la Buena Noticia del Evangelio a partir de la posición de aquellos que no contaban nada en “la marcha del mundo”.
¿No son ellos hombres?, proclamaron. Más aún, sobretodo son nuestros hermanos. La evangelización se arraiga en esta fraternidad con los demás con quienes, compartiendo la Palabra, deseamos encontrar a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Aquellos hombres supieron escuchar el “grito silencioso” de los indios. Nosotros hoy -como cristianos y como Iglesia- debemos escuchar los actuales gritos -silenciosos o no- y despertar de “sueño letárgico tan dormidos” para a su vez despertar a nuestros dormidos contemporáneos.
En el contexto actual mundial, para todos el grito de Montesino en nombre de aquella primera comunidad de dominicos, también vuelve a resonar de nuevo. Es necesario cambiar de rumbo, despertarnos todos (nosotros y los demás), tomar conciencia de que algo nuevo está naciendo (cf. Is 43, 19), porque, hoy como ayer, el Señor quiere hacer todas las cosas nuevas (cf. Apoc 21,5).