Sirvan de preámbulo la explicación de estas breves palabras que orientaron primero y acompañaron luego nuestra reflexión. Si se nos pide recuperar y la acción recae sobre el sentido de la Navidad es porque éste se está perdiendo. Y ciertamente se está perdiendo en no pocos y en algunos de forma tal vez definitiva. Se trata de una apreciación subjetiva pero no exagerada. Es claro que si se nos pide recuperar algo -el sentido de la Navidad- es porque se está perdiendo si no se ha perdido ya por parte de determinados grupos sociales.
Total: la Navidad representa hoy, al menos para los cristianaos, esta triple consideración: constatar un hecho, o mejor, una pérdida y su importancia no sólo para la Iglesia y sus miembros sino para la sociedad entera
1. El drama del humanismo ateo
Recuperar el sentido de la Navidad ¿no es acaso recuperar la fe? Y reconocer qué la hemos recuperado ¿no es acaso confesar que la habíamos perdido?
Algo habremos perdido -y así lo  reconoce nuestra Iglesia diocesana- cuando hablamos de recuperar. Reconocerlo todos y hacer que cada uno actúe según su responsabilidad y posibilidades es la exigencia que se desprende de aquel reconocimiento. Reconocimiento que nunca vendrá mal, nunca será demasiado tarde para convertirlo en una determinación firme. Como reconocerlo y como recuperarlo no es tarea de uno aunque para uno hoy se convierte en tarea a favor de todos. Recuperar, siendo infinitivo, suena a imperativo. No lo es; porque es más. Es, esto sí, un acto de conciencia convertido en determinación. Tampoco es un sentimiento nostálgico por un tiempo pasado que sería mejor… El compromiso es una alianza esperanzada o una esperanza en acto. El imperativo que se esconde tras el infinitivo es aquel que no apela a la razón de la fuerza, sino a la fuerza de la razón.
Mostrar y levantar acta de la pérdida del sentido cristiano de la Navidad sería uno de los objetivos de nuestra reflexión. Otro: evaluar dicha pérdida en términos de calidad de vida cristiana, más explícitamente: de espíritu cristiano. Finalmente: indicar algunos modos adecuados, posibles y concretos para recuperar dicho sentido. Pretender tales objetivos sabiendo que ni en este ni en los otros podremos llegar muy lejos ni al fondo de las cuestiones es un compromiso y una apuesta con la verdad, aunque el precio sea elevado: la salud. Pero si hemos de estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza ¿quién nos  dispensará de estarlo ahora? ¿O será que el ahora no forma parte del siempre?
2. Lo que nos hemos perdido o podemos perdernos abandonando la fe. Nosotros o quienes no creen o dicen no creer, o no saben si creen o no.
2.1. Reflexiones a la luz de la revelación y del magisterio.
Puesto que el Nacimiento de Cristo es como la ventana o puerta que nos brinda la primera aproximación al misterio de Cristo Dios, hecho hombre, el Señor hecho siervo, el creador criatura. Lo que se supone que estamos perdiendo cuando se nos recomienda recuperar el sentido de la   Navidad no es cualquier cosa, si no es algo fundamental. Es la referencia a Aquel que para tantos ciudadanos del mundo, ha representado, sino representa todavía hoy un antes y un después. Celebramos con gozo la concepción y el nacimiento de un ser querido. ¡Qué pena cuando no se es querido! La Navidad nos recuerda el nacimiento del hijo de Dios e hijo del Hombre concebido por el Espíritu y nacido de María esposa de José que le pondrían por nombre Jesús porque el sería luz de las gentes y salvador de su pueblo.
¿Qué es la Navidad sin su nacimiento? Un candil oculto un manantial sin agua, tan profunda es esta dimensión trascendente, sagrada, divina de lo humano que ni la más secular de las sociedades puede prescindir de vitorear a las personas de éxito que a su vez lo celebran con gestos  que recuerdan una cierta liturgia popular y cuya devoción lleva a inscribir a sus hijos: sea en la iglesia o en los juzgados bajo su advocación. No es fácil arrancar del corazón del hombre el hambre de Dios y menos de Dios la pasión por el hombre.
a) Por la revelación, el Evangelio de Lucas: los relatos de Nazaret y de Belén.
La fe no es una amenaza para el no creyente: es en todo caso una pérdida para él. Tampoco el creyente tiene porque temer a la razón, Lucas a quien debemos el libro de los Hechos de los Apóstoles y el Evangelio, sobre la infancia de Jesús, nos ofrece al principio del evangelio ¿Por qué  a quién y cómo lo escribió? Dirigido a un tal Teofilo. En la persona de Teofilo, estamos representados todos los creyentes. A él se debe en exclusiva entre otros relatos el de la Anunciación, el nacimiento y encuentro de Juan y de Jesús, el entrañable encuentro de María con Isabel, de la Anunciación y el Nacimiento de Jesús en Belén. Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado, tal como nos las trasmitieron desde el principio los testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también después de haber investigado desde los orígenes escribirlo por su orden ilustre Teófilo para que conozcas la solidez  de las enseñanzas que has recibido que es la Encarnación testigo del gozo para el creyente dichosa tu la que has creído dice María se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, gozo del creyente y buscadores de la verdad, como los Reyes de Oriente, no he dicho con palabras el ser amante de los pobres dicho más que con palabras sino con hechos que no sólo el hombre es amante de Dios Teofilo, sino Dios el que ama preferentemente a los pobres.
b) Por el magisterio: el Nº 22 de la Gaudium et spes.
Uno de los textos más citados del  Concilio es el de este número, Tal vez más que las del preámbulo de la propia Constitución pastoral que tantos y tantas veces citamos de memoria: el gozo y la esperanza, la alegría y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre  todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo”  lo que demuestra la importancia de que el magisterio exprese el sentido del pueblo de Dios. Pues bien, tanto o más que éste puede serlo el otro al que nos referimos, el citado 22 de la misma Constitución pastoral en la que el Concilio proclama que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado) en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación”. Más adelante añade: “esto vale no solamente para los cristianos sino también para todos los hombres de buena voluntad en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Y también: Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles.
Las alegrías de la anunciación y las del nacimiento, así como las angustias de María y de José por no encontrar posada en Belén en vísperas del parto,  y el tener que buscar poco después asilo en Egipto para salvar la vida del recién nacido, lo refiere el Concilio a todos y para todo tipo de pobreza. El sentido del hombre, tanto Lucas como el Concilio manifiestan dos dimensiones necesarias para todo hombre, conocerse a si mismo y amar a los pobres.
Nos preguntábamos qué se pierde cuando se pierde el sentido de la Navidad. Ahora a la luz del Evangelio y del Concilio podemos afirmar que no sólo perdemos a Cristo sino que perdemos a Dios y al hombre: a los pobres y a nosotros mismos.
Nacimiento de Juan y de Jesús. ¿Quién pudiera contemplar con María y José, al Niño Hijo de Dios acerca de Jesús investigando, recopilado y ordenado, todo lo referente a Jesús desde el principio: el Evangelio de la como otros han hecho antes de él y ordenado libros de la Biblia expone al principio de su Evangelio el motivo
¿Cómo no dar sentido evangélico a la Navidad?
Epílogo
Evocación de Francisco de Asís. Invitación a vivir evangélicamente la Navidad.
Evoquemos para terminar, o mejor para empezar o seguir en la tarea de dar sentido evangélico a la Navidad evoquemos a Francisco de Asís. En tiempo de Cruzadas fue también él un cruzado: sólo que de paz, de pobreza, de humildad, de caridad. Un embajador del Evangelio. Sólo personas evangélicas como Francisco pueden ayudarnos a captar, cantar y transmitir el sentido evangélico que tiene en sí la Navidad.