En el locutorio, las religiosas se encuentran con grupos para compartir experiencias de fe. (FOTO: A.SÁIZ)

P. Martín Gelabert Ballester, OP
Vicario episcopal para la Vida Consagrada

Un año más, el dos de febrero, coincidiendo con la fiesta de la presentación del Señor en el templo, los consagrados en particular y la Iglesia en general, estamos invitados a celebrar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Eso de las “jornadas” está bien como recordatorio y como estímulo, pero no debe hacernos olvidar que el recordatorio de la Jornada es una tarea de todos los días. Las Jornadas suelen tener un lema que incide en algún aspecto actual de lo que recuerda la jornada. Este año el lema es “caminando juntos”. Un lema muy apropiado en el contexto del Sínodo sobre la sinodalidad al que todos estamos invitados a participar. Pues hacer sínodo es precisamente caminar juntos. La vida consagrada camina unida dentro de la Iglesia, dando la mano a todos los creyentes que trabajan en aquellas realidades eclesiales de las que las distintas congregaciones se ocupan por vocación y carisma, o sea, por sentirse llamados (vocación) a poner en obra una determinada gracia al servicio de los demás (carisma).

Los obispos de la comisión episcopal para la Vida Consagrada recuerdan que caminar juntos supone hacerlo en cada una de las dimensiones fundamentales de la consagración, a saber, la escucha, la comunión y la misión. Caminar juntos en la consagración significa que solo encontramos a Dios (eso significa consagración: asociarse a lo sagrado) cuando nos ponemos en búsqueda y nos dejamos encontrar por él. La vida consagrada, y en general la vida cristiana, es una búsqueda permanente del rostro de Dios, que nos sale al encuentro en las personas y acontecimientos que piden amor, cercanía, comprensión y compasión.

Caminar juntos en la escucha de la Palabra de Dios significa ser conscientes de que solo desde la escucha previa es posible responder y dejarse interpelar. El consagrado, y el cristiano, es aquel que tiene siempre el oído abierto, atento a las múltiples llamadas de Dios, que habla en la Escritura, en la oración, en el sagrario de la conciencia, en los hermanos, en los pobres, en los enfermos. Y atento a los impulsos del Espíritu que nos mueven a vivir espiritualmente, o sea, en sintonía con el Espíritu de Dios, que es amor, dominio de sí, dulzura, paciencia, bondad, fidelidad. Antes de hablar, antes de actuar, es necesario escuchar. Y para escuchar hay que hacer silencio en nuestra vida. El que escucha no impone, está atento, se deja interpelar, está dispuesto a cambiar.

Caminar juntos en la comunión implica estar en comunión con Dios, amándole sobre todas las cosas, y en comunión con los hermanos. Porque ya se sabe: no se puede amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al hermano al que vemos. La comunión es una actitud unitaria que no conoce fronteras. Finalmente, caminar juntos en la misión supone descubrir la alegría de evangelizar, de ser testigos convencidos y creíbles de Jesucristo, que es la razón y el motivo de toda nuestra vida y de todo lo que hacemos. La misión supone comunión con toda la Iglesia, esa Iglesia que se realiza en cada una de las Iglesias locales. Por tanto, misión implica unión con los pastores de la Iglesia. En la misión no hay rivalidad, hay alegría por los éxitos de la hermana o del hermano. Lo importante es que el evangelio sea anunciado y no los aplausos que pueda recibir mi grupo o congregación.