Eduardo Martínez | 9-01-2014
A Jorge Bergoglio su elección como papa no le ha impedido proseguir con su costumbre de hablar directamente con la gente, bien cara a cara cuando es posible, bien escribiéndoles o llamándoles, cuando no. Su cercanía personal hace incluso que sea muchas veces él quien descuelgue el teléfono y se presente a sí mismo. Y así, sin intermediarios de ningún tipo, ha llamado ya desde Roma, en estos primeros meses de su pontificado, a su quiosquero de Buenos Aires para dar de baja su suscripción al periódico; a fieles que le han escrito por carta contándole sus dificultades; a algún periodista para comunicarle que le concede una entrevista… y esta Navidad, además, ha realizado una llamada (muy comentada estos días) a unas monjas del convento de las Madres Carmelitas Descalzas de Lucena, en Córdoba.
Esos telefonazos papales, no por más habituales, dejan de ser inesperados para quien los recibe. Así que ¿quién podía imaginar en el citado convento que el Santo Padre iba a llamar el 31 de diciembre a las 11:45 de la mañana. Exactamente a esa hora la comunidad de carmelitas se encontraba rezando… y no atendieron al teléfono. Ante eso, Francisco reaccionó con su sorprendente naturalidad: dejó un mensaje en el contestador (con su punto de humor incluido) y dijo que, si podía, llamaría en otro momento. “¿Qué andarán haciendo las monjas que no pueden atender? Soy el papa Francisco, quiero saludarlas en este fin de año, veré si más tarde las puedo llamar, que Dios os bendiga”, dejó grabado el Obispo de Roma.

Pasadas las siete de la tarde, el Papa volvió a llamar al monasterio. Y, claro, esta vez las religiosas, a las que es fácil imaginar en ese momento algo más que pendientes del teléfono, descolgaron y pudieron hablar con él.
Bergoglio sigue siendo “el mismo de siempre”
La relación de Bergoglio con el convento cordobés se debe a tres monjas argentinas a las que conoció hace quince años en Buenos Aires, antes de que fueran destinadas a España. El entonces arzobispo de la diócesis porteña llamaba periódicamente a las religiosas “pidiendo oraciones y se interesaba por nosotras, aunque nunca hubo un trato directo y personal”, ha relatado estos días a varios medios de comunicación la priora de la comunidad, sor Adriana de Jesús
Resucitado. La superiora ha recordado también que, en el ámbito de la vida consagrada en Argentina, Bergoglio era muy apreciado como director espiritual y que tenía fama por su “santidad”.
La conversación telefónica duró un cuarto de hora. La priora pidió permiso al Papa para que toda la comunidad -tres argentinas, una venezolana y una española- pudiera escuchar a través del sin manos, a lo que Francisco contestó que “sí, por favor”.
Las religiosas le explicaron que se encuentran “en un barrio de la periferia de Lucena, de gente trabajadora, humilde, que lo está pasando mal”, y que “él caía bien”. Cuando escuchó aquel comentario, el Santo Padre “se puso serio” y añadió: “Por favor, por favor, les pido que a todo el mundo que, de una manera u otra se relacione con vuestro monasterio, le digan que el Papa les manda un saludo”.
Francisco les apremió, además, a mantener la alegría y la esperanza, y “extendió su saludo, su bendición y su deseo de un feliz año” a todo el pueblo de Lucena, en particular a los que están pasando dificultades.
“Es el mismo de siempre”, ha dicho la madre Adriana. Con todo, la priora ha admitido que “jamás pensamos que nos podría llamar, aunque sabíamos que estábamos en su corazón porque nos conocíamos desde hace muchos años, pero no nos imaginábamos que le robaríamos el más mínimo tiempo. Es una alegría inmensa”.