E.M. L.B | 26-01-2012
‘Salgamos al encuentro…, abramos las puertas’. Este es el lema de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado que la Iglesia en Valencia celebra este domingo, 29 de enero. PARAULA ha conversado con un grupo de once inmigrantes de cuatro continentes. En una amplia y emotiva conversación, muestran sus problemas, anhelos e ilusiones, su valentía, su capacidad de superación… Mons. Enrique Benavent presidirá este domingo, a las 17 h., una misa en la parroquia S. Nicolás, a la que seguirán actuaciones folklóricas de inmigrantes.

Los once inmigrantes con los que ha conversado PARAULA, en la sede de Cáritas Diocesana de Valencia. (Foto: Javier Peiró)


Once personas alrededor de una mesa. Son muy distintos entre sí físicamente. Los hay más altos y más bajitos, con los ojos más o menos rasgados, con la piel más o menos morena, mayores y jóvenes. También sus costumbres y sus culturas son muy diferentes. De hecho, cada uno de ellos viene de una parte del mundo. Los cinco continentes se encuentran representados en esta mesa. Pero todos ellos con unos mismos sentimientos y un mismo anhelo: encontrar un lugar donde vivir dignamente, formar una familia y tener un trabajo que les permita mantenerla y dar a sus hijos unos estudios que quizás ellos no tuvieron. Con ellos se sienta el padre Conrado Franco, subdirector del Programa de Atención Social y Pastoral al Inmigrante de Cáritas Diocesana de Valencia.
Lanzamos una pregunta para iniciar el diálogo: “¿por qué y cómo vinisteis a España?”. Es difícil hablar de algo tan personal y tan duro con gente desconocida. El silencio inicial es roto por Rita, una nigeriana joven y grande, de carácter fuerte y muy, muy risueña.
-Rita: Yo pensaba que donde mejor se vivía era en Europa. Tenía un pequeño negocio y ganaba algo de dinero, pero las cosas empezaron a ir peor y llegó un día en que no había casi ni agua para beber. Otros se habían ido y habían sacado a su familia de la miseria. Pensando más en mi familia que en mí, me vine a España. Creía que aquí hablaban igual y comían lo mismo que nosotros. Pero cuando llegué el primer día me pusieron un plato de lechuga y yo pensé ¡pero si no soy una cabra!
Lo dice gesticulando muy expresivamente, lo que provoca las carcajadas de todos los demás. Continúa…
-Rita: Al principio no comía nada y llegué a estar muy delgada. Ni siquiera me gustaba el pan. Todo cambió cuando me quedé embarazada y tuve un antojo. Entonces entré en una panadería, me compré un pan y me lo comí rápidamente. Mi vida cambió. El principio es muy, muy duro. A veces una mirada te hace sentir inferior. Es muy duro, pero gracias a Dios, yo siempre he trabajado. Tengo mi piso de 120 m2 por el que pago 300 euros de hipoteca. Y eso que salí con 23 años y sin nada. Lo he conseguido todo trabajando. He caído y me he vuelto a levantar porque hay que seguir adelante. Venimos con un sueño pero lo que encontramos es otra cosa.
Eusebio replica sin que su acento delate su procedencia.
-Eusebio: Catalina y yo nos casamos muy jóvenes, con 19-20 años, y tuvimos un hijo. Nos vinimos buscando un futuro para él. Fue difícil conseguir el visado, por eso me vine yo solo. Cuando tuve trabajo en una empresa de construcción y casa, traje a la familia. Aquí compramos un piso, pero ahora estoy sin trabajo y el banco nos lo ha quitado aunque seguimos viviendo en él pagando un alquiler. El año que estuve yo solo aquí fue muy duro. Sólo podíamos hablar por teléfono los fines de semana.
Sin pensárselo, su mujer añade:
-Catalina: Lo más difícil cuando llegas es el idioma. Si trabajas con rumanos al lado, no aprendes.
– Eusebio: Pero yo trabajaba sólo con españoles y aprendí rápido. En un mes ya sabía defenderme.
LEA EL REPORTAJE COMPLETO EN LA EDICIÓN IMPRESA DE PARAULA Nº1173