BELÉN NAVA | 15.07.2021
El papa Francisco, hace ya un par de años en una audiencia general, recomendaba a los jóvenes que siguieran “el ejemplo de algún misionero que me invita a un «más allá», a un «más», a crecer un poco”. Pero, ¿y si no se es joven? ¿Y si llegada la jubilación uno se plantea ir más allá? ¿Y si ese más allá es acompañar a nuestros misioneros en los lugares donde ejercen su labor? Hoy hablamos con aquellos que han decidido dar el salto a vivir una experiencia en tierra de misión porque se sienten atraídos por el ejemplo de aquellos que se dedican a los demás más allá de nuestras fronteras. Algunos de ellos, ahora jubilados, aseguran que es la “mejor decisión” que han podido tomar puesto que sienten que todavía pueden hacer “mucho por los demás”.

Cora Teschendorff Cerezo. ENFERMERA JUBILADA

“Todas las misiones a las que he ido son entrañables e irrepetibles”

Cora, que el pasado año vivió una auténtica odisea para regresar a Valencia desde Mozambique en plena explosión de la pandemia, se reconoce como una “enamorada de África”. Es más, asegura que “cada cierto tiempo necesito volver a África, no sé lo que me impulsa a ello, pero necesito volver. Me cautivan sus diferentes paisajes y ambientes, y sobre todo su gente, cercanos y cálidos ajenos a cualquier pensamiento malicioso, ya sea en Gabón, Camerún, Togo o Burkina Faso”.

Enfermera jubilada, nos explica que “todas las misiones en las que he participado como enfermera voluntaria han sido experiencias entrañables e irrepetibles. Esa sensación de felicidad y plenitud que se siente en una misión no la proporcionan todos los lujos que nos rodean en nuestra vida cotidiana”.

Asegura que fue el destino -o quizá la Providencia- el que acudió a su encuentro. “Fue en una reunión en la Delegación de Misiones cuando oí hablar por primera vez del programa educativo y sanitario que llevan a cabo las Hermanas de la Obra Misionera de Jesús y María en Nacala, al norte de Mozambique. Inmediatamente me enamoré del proyecto y quise tomar parte en el mismo”.

Su centro de apoyo materno-infantil para niños desnutridos, promoción de la mujer, catequesis y apostolado misionero, data desde el año 1992, y fue en 1998 cuando la Obra Misionera inició su andadura en Maputo, volcadas en la promoción de la mujer, acogiendo con dicha finalidad a 40 niñas vulnerables en su internado.

La ciudad de Nacala es una urbe inhóspita y aun cuando su situación geográfica es envidiable, ésta no repercute en beneficio de la ciudad, el calor es tremendo y al radicar entre el mar y la laguna las plagas de mosquitos son innumerable. Conviven allí cuatro hermanas, Berenice, Leonor, Francisca y Custodia, “todas encantadoras, que te hacen la vida muy fácil, y te introducen rápidamente en su jornada habitual. La mía consistió en atender en la consulta junto a las hermanas Leonor o Francisca, a la numerosísima gente que acude para obtener algún remedio a males y enfermedades que han sido ya erradicados en Europa” como la malaria, la disentería, la sarna y la tiña consecuencia de la insalubridad en la que viven, así como la sífilis y la desnutrición que se ceba en los más pequeños, llegando a la consulta criaturas de 9 meses pesando únicamente 4 kilos.
“Es digno de alabanza tanta humildad, devoción y entrega hacia los demás por parte de las hermanas misioneras”, concluye Cora.

Antonio Granell. EMPLEADO DE BANCA PREJUBILADO

“Me atreví a dejar la comodidad de casa y fui a Honduras: anhelan vivir mejor ”

“Gracias a Dios y a las hermanas Concha e Izaskun me atreví salir de las comodidades de nuestras casas e ir a Honduras”, explica Antonio a PARAULA. Allí, en el distrito de Cortés, municipalidad la Lima, en el barrio Nuevo Sanjuan, convivió y conoció a personas que anhelan y se merecen una vida mejor, es una realidad muy distinta a la que podemos vivir nosotros en España”.

La trayectoria de Antonio ayudando en misiones es larga. A sus 62 años, prejubilado desde el año 2013, estuvo en Ceuta en 2014 con misioneros Javerianos y durante 5 años ha viajado hasta a Nuevo Sanjuan, en Honduras, con las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y María.

Porque Antonio es muy consciente de la labor que los misioneros realizan. Es su último destino, destaca que “los misioneros y misioneras de las diversas órdenes religiosas dan acompañamiento en situaciones difíciles , ayuda en escuelas, dispensarios, estudios superiores, trabajo, cuidado de ancianos, oración y catequesis, acompañarles a los hospitales para que les atiendan, pues a veces ellos no pueden desplazarse. Son un ejemplo para nosotros”. Concretamente se refiere a las hermanas Sara, Sandra e Inés con las que convivió en Honduras. “Ellas se desviven por las personas en sus diversas capillas, viven sus problemas, se alegran de sus éxitos y se preocupan por sus fracasos y necesidades”. De igual manera explica que “nosotros aportamos nuestro medio grano de arena, acompañando a los niños, jóvenes y familias de Nuevo San Juan, en diversas actividades que realizamos diariamente, juegos, enseñanza, ayuda a la misión y algunas familias más vulnerables, y también cuando volvemos a España seguimos en contacto con ellos, siguiendo sus necesidades y algunas veces intentando solucionar los problemas que se presentan”.

Antonio relata que allí, en aquella región hondureña “los niños y jóvenes en todos los niveles escolares tienen en su mayoría una gran falta de preparación en sus estudios. Ya sea por diversas razones: desestructuración familiar; falta de recursos en colegios; nulo apoyo de la administración y gobierno del país; poca preparación e interés por parte de los docentes… y es una lástima pues serán el futuro de Honduras”. A ello se une una sanidad de pago a la que muchos no pueden acceder; falta de inversión en la realización y la corrupción y la violencia como males endémicos del país. “La labor de las misioneras/os nos cuestiona toda nuestra vida”, manifiesta rotundo.

Julia Romero . GESTORA COMERCIAL

“Sientes a Dios en los demás y vuelves llena de fe y gozo”

A los 53 años, Julia, gestora comercial de una entidad financiera, decidió “que era el momento para salir de mi entorno y dedicarme plenamente a ayudar en lo que pudiese a otros con menos recursos. Servir plenamente, totalmente y en exclusiva, eso es lo que pensé que podía hacer en algún lugar de misión”.

Su decisión, resultado de unir el ser cristiano, el deseo de servir a los demás y su pasión por viajar, fue apoyada en todo momento por su familia. “Mi marido y mis hijos me apoyaron en todo momento. Sabían de mi gran deseo y no dudaron en facilitarme el llevarla a cabo. La dimensión religiosa de esta misión quizá no la comparten conmigo, pero mis hijos ya comentan con ilusión el poder vivir una experiencia similar en el futuro”, comenta a PARAULA.

Feligresa de la parroquia Virgen del Carmen de L’ Eliana, Julia encaminó sus pasos hasta Honduras. “Allí, las hermanas de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús y María, me recibieron, hospedaron y atendieron. Ellas llevan allí más de 14 años y me involucraron en su misión. El dar a conocer el amor de Dios, ayudar a los más necesitados, infundir esperanza y transmitir la alegría de servir”, asegura.

A la pregunta de cuál fue la labor que allí llevó a cabo, Julia no duda en contestar que “vivir cada día totalmente entregada a los demás”. En la misión, ayudó y acompañó a las hermanas y atendió todas las tardes en las instalaciones de la congregación a los niños que acudían. Allí compartió con ellos juegos, lectura, bailes, atención y formación.

También colaboró en el colegio de la colonia ayudando al profesorado y compartiendo en alguna charla a padres “mi visión de la educación; escuchar y dar testimonio de que a pesar de las dificultades Dios no los deja solos”.

A su vuelta a España, la mochila iba bien cargada. “Yo fui a dar, como ya he dicho, pero lo que conseguí fue recibir. Vas a la misión con la intención de solucionar y te das cuenta de que no sólo no has solucionado nada sino que realmente eres tú el que te vuelves lleno. Lleno de abrazos, sonrisas, atención. Lleno de una fe renovada y evolucionada. Lleno de felicidad por haber sentido a Dios a través de los demás”. Sin lugar a dudas, para Julia “es una experiencia que todos deberíamos vivir”.