EVA ALCAYDE | 30.04.2020

En medio de la crisis sanitaria por la pandemia del coronavirus y horrorizados con las cifras de fallecidos que superan ya las 25.000 personas en España, los nacimientos -que también los hay- suponen un bálsamo curativo, una esperanza en el futuro, y la certeza de que la vida siempre sale al encuentro, como rezaba el título de aquel libro de José Luis Martín Vigil. Hoy en PARAULA son protagonistas Pepe, Adrián, Javier, Gabriel y Cayetana, cinco bebés que han venido al mundo en tiempos de pandemia por el Covid-19.

Ana Villaseca y José María Ivars -junto a Lola y María, de 4 y 2 años y el recién nacido Pepe.

“Pepe ha venido a abrir una nueva etapa familiar”

La llegada de Pepe a la familia formada por Ana Villaseca y José María Ivars -junto a Lola y María, de 4 y 2 años,- ha sido como un soplo de aire fresco en sus vidas, como una bendición, “como si Dios nos dijera que cerramos una etapa y abrimos otra”, afirma José María y nos explica que tres días antes de nacer Pepe les llamaron del hospital para comunicarles que su hija María, de dos añitos, estaba ya casi curada de su enfermedad. La niña ha tenido un neuroblastoma infantil, un tipo de cáncer que le ha hecho someterse a varias intervenciones y tratamientos. “Nos dijeron que ya ha pasado la época de más riesgo y a partir de ahora solo tendrá revisiones”, añade el feliz papá.
Tres días después, el 23 de marzo, nació Pepe, que se sumó así a la fiesta familiar. Ana estaba tranquila, pese a las circunstancias de la pandemia -ellos viven en Madrid- y a que sus dos anteriores partos fueron difíciles. Pero esta vez “todo fue rodado” y a las 24 horas de nacer ya estaban en casa. “Estamos disfrutando mucho de nuestro bebé y de este tiempo en familia, ya que nos estresan un poco las visitas”, dice José María que procede de una familia numerosa.

Pepe y Mamen con Cayetana.

“Cayetana nos ha dado la vida a nosotros”

Cayetana Quiroga Macías vino al mundo el 13 de marzo, justo un día antes de que se decretara el estado de alarma. Pepe y Mamen, como buenos padres primerizos estaban muy asustados. Y a ello contribuyó lógicamente la incertidumbre por el coronavirus y todas las preocupaciones e interrogantes que le acompañan.
“Entramos con mucho miedo, no sabíamos qué nos íbamos a encontrar”, dice Pepe, que no duda en asegurar que “ a pesar del susto,fue el mejor momento de mi vida”. Para Mamen fue “una experiencia alucinante” y es que ellos misma ayudaron a sacar al bebé. Y en ese momento se olvidaron del coronavirus.
Tras dos noches en el hospital, se fueron a casa, donde les esperaba la madre de Mamen, que es de Huelva y había viajado para el parto de su hija. “No pudo venir con nosotros al hospital, solo podía ir un acompañante, y el confinamiento le ha pillado en casa y no puede volver”, cuenta Pepe que están encantado con tener a su suegra en casa, que les echa una mano con Cayetana. Ella ha tenido suerte, pero el resto de la familia está deseando conocer a la pequeña, la primera niña en la familia. “Los abuelos tienen muchas ganas de abrazarla y cada vez que la bañamos tenemos a 6 personas de la familia mirándola a través del teléfono”
Pepe tiene una agencia de eventos que organiza toda clase de actos, inauguraciones, bodas y acontecimientos sociales. Pero, pese a lo dramático de la situación, ya que se han cancelado todos ellos, el matrimonio está feliz con la pequeña Cayetana. “A nosotros ella nos ha dado la vida”, aseguran.

Inma y Jose María con el pequeño Javier.

“Estamos disfrutando a solas de Javier”

Inma Pons, como muchas de las madres a las que les ha tocado parir en tiempos de coronavirus, estaba “horrorizada” antes del nacimiento de Javier. Aunque ella no es primeriza -tiene dos hijos: María, de 4 años y Juan de 2- y el ginecólogo le tranquilizó mucho, sabía que se enfrentaba a una tercera cesárea y con el virus en pleno apogeo estaba “muerta de miedo”. Aunque salía de cuentas el 20 de abril el médico programó la cesárea para el día 10. Así que Javier nació, en el Hospital Casa de la Salud, el día de Viernes Santo.
Inma y su marido José María tuvieron que estar en el hospital con mascarillas y guantes y dejar a sus hijos en casa de unos tíos. “Lo positivo de esta situación -explica Inma- es que al no poder recibir visitas, disfrutas mucho más del momento y te dedicas cien por cien al bebé. Incluso en el hospital nos dijeron que habían notado que los bebés dormían mucho más”. Después de 48 horas, un día antes de lo habitual, Inma, José María y el pequeño Javier se fueron a casa. Aunque tienen muchas ganas de ver a sus hijos y que ellos conozcan al nuevo miembro de la familia, de momento siguen los tres solos, hasta que Inma se recupere un poco de la cesárea. “Tenemos una mezcla muy rara de sentimientos, porque estamos disfrutando mucho de Javier, pero también tenemos muchísimas ganas de abrazar a María y a Juan y estar todos juntos”, cuenta Inma, que pertenece a la parroquia San Josemaría.

Rosa Lily y Michel Arnez con Adrián y Maily de cinco años.

“En Provida se preocupan mucho por las mamás y a los bebés”

Adrián decidió asomarse al mundo el 30 de marzo, cuando la pandemia por el coronavirus llegaba a su pleno apogeo. Nació en el Hospital General de Valencia y es hijo de Rosa Lily y Michel Arnez, que proceden de Bolivia y llevan poco más de 9 meses en Valencia. “Tenia mucho miedo de contagiarme del virus y tener que separarme de mi bebé”, dice Rosa que vio muchas medidas de seguridad y limpieza en el hospital y “muy poca gente” que la tranquilizaron. Después de 26 horas de contracciones, una cesárea de urgencia complicada, y unos primeros instantes muy angustiosos, en los que su bebé no respiraba, Adrián por fin se arrancó a llorar. “Cuando oí el llanto y vi que estaba todo bien, di gracias a Dios y pude respirar tranquila, todo lo demás ya me dio igual”, relata Rosa, que por la noche se quedaba sola en el hospital porque su marido se iba a casa con su otra hija, Maily de 5 años, a la que durante el día cuidaban unos vecinos. “No tenemos a nadie aquí”, dice. Una vez en casa Rosa está más tranquila. También ha recibido ya la ayuda de Provida Valencia, donde le atienden desde que se quedó embarazada. “Allí se preocupan mucho por las mamás y los bebés. Me dieron una canastilla antes del parto y clases de preparación. Ahora ha llegado una paquete con pañales, toallitas y leche, que me vienen fenomenal porque la pediatra ha dicho que Adrián no tiene suficiente con la lactancia materna”.

El pequeño Gabriel en brazos de su madre Lucía, junto a su padre Rafa y su hermano mayor Marcos.

“Tenía miedo al parto más que al contagio y aceptarlo es la clave”

El pequeño Gabriel tiene solo 11 días de vida. Nació el 16 de abril en Valencia, en el hospital 9 de Octubre, una semana antes de lo esperado. Sus padres, Lucía Pérez, psicóloga de 30 años, y Rafa Serrano, ingeniero de 33, estaban un poco temerosos por la situación del COVID19. “No sabíamos qué ambiente habría en los hospitales y la normativa iba cambiando con el paso de los días, así que la incertidumbre seguía ahí”, afirma Lucía que, como profesional de la psicoterapia, sabe bien que la incertidumbre es una de las cosas que más nos cuesta gestionar a las personas.
“No puedes prepararte para lo que viene porque no sabes qué sucederá. Esa sensación de descontrol nos lleva a completar una y otra vez esa historia incompleta. Por eso le damos tantas vueltas a la cabeza. El problema es que, si la incertidumbre se junta con el miedo, acabamos teniendo un pensamiento muy catastrofista. Olvidamos que hay más opciones, que las cosas pueden ir bien, y si no van tan bien como desearíamos, seguro que tenemos la capacidad de adaptarnos”, explica Lucía para quien es importante “no ceñirse a ninguna expectativa de manera rígida”.
En el caso de esta familia, la fe también les ayudó en esta situación. “Tener fe es algo maravilloso. Confiar en que Dios está siempre con nosotros, incluso en el dolor, da paz. Creo que lo mejor de encontrarme con el Señor es delegar el rumbo de mi vida en Él, sabiendo que lo va a hacer infinitamente mejor que yo”, opina Lucía, que junto a Rafa, acude a medios de formación de la Obra y pertenecen a Equipos de Nuestra Señora, para vivir la fe de manera conjunta.
Lucía también se enfrentó a sus propios miedos, pero intentó no darles demasiado protagonismo. “Tenía miedo al parto, casi más que al contagio, pero aceptarlo es la clave”, señala.
Al final todo fue bien, fueron atendidos por “personas encantadoras” y el pequeño Gabriel vino al mundo en medio de una pandemia. Una vez en casa, tratan de acoplarse a la nueva situación familiar, pues Gabriel tiene un hermano mayor: Marcos, de 2 años y 4 meses. Con el confinamiento están los cuatro en casa. A Rafa le hicieron un ERTE en su empresa y ahora están de baja maternal y paternal y lo llevan bien. “Creo que cuando ambos padres se implican en la crianza de los niños es posible conciliar y no morir en el intento. Eso sí, agotador”, dice Lucía entre risas mientras atiende a PARAULA, da de mamar a Gabriel y está rodeada de la plastilina de Marcos.
Lucía, que es muy activa en las redes sociales y tiene una cuenta en instagram con más de 8.000 seguidores (@cuentaseloalucia) quiere conseguir la normalización de la salud mental. “Trato de acabar con el estigma de que ir a terapia es cosa de ‘locos’ o de situaciones extremas, porque invertir en salud mental es invertir en bienestar”, explica Lucía, que es defensora de lo ella llama “terapia con humor y con amor”. “En mi trabajo tengo la suerte de encontrarme con lo más íntimo de cada persona, con los sufrimientos y las cruces de cada uno. Es una responsabilidad muy grande y soy consciente de ello. Por eso, trabajar con cariño, con humanidad y con delicadeza es lo mínimo. Y el humor es un ingrediente clave en la vida, que nos permite ver las cosas con perspectiva y alejarnos del dramatismo”, destaca.