En silla de ruedas por una grave enfermedad neurodegenerativa irreversible (fibromialgia severa), Juan Ricardo Company tomó posesión como nuevo canónigo de honor de la Catedral.

El sacerdote valenciano Juan Ricardo Company en su casa. FOTO: A.SÁIZ

– ¿Cómo se encuentra en este momento D. Juan Ricardo? ¿En qué consiste la fibromialgia y cómo le afecta, qué es lo que le provoca exactamente?

– La fibromialgia en realidad no saben muy bien cómo se origina y por qué pero consiste sobre todo en dolores musculares y articulares de mayor o menor intensidad y falta de fuerzas. Cada paciente lo sufre en un grado. En mi caso, un cansancio extremo, una gran fatiga. Muchas veces va acompañado también de intolerancia química, intolerancia medicamentosa y un montón de síntomas extraños que aparecen, desaparecen; unos los tienen, otros los tienen diferentes… Es más como un síndrome, un conjunto de cosas.

En su caso, agravada además por otras dolencias incluso por alguna angina de pecho, creo.

-Sí, he tenido varias anginas de pecho. Tengo un problema de corazón que además no es operable porque no son las arterias importantes -que se podría solucionar- o una válvula sino que es la microcirculación, los vasos sanguíneos del corazón y eso no se puede solucionar.

¿O sea, que su estado de salud no tiene posibilidad alguna de recuperación ante esta enfermedad?

-No, no lo tiene y además sigue progresando. A pesar de que ha llegado a un punto de bastante gravedad, por así decirlo, “no para”. Yo no tengo temporadas buenas y brotes. Yo tengo temporadas malas y temporadas peores. Cuando tengo uno de esos brotes de estar peor, cuando se me va pasando, ya no me quedo igual que estaba. Ya ha dado un pasito más la enfermedad. Cada vez tengo menos movilidad, cada vez los dolores son más intensos, cada vez tengo menos autonomía.

Tiene usted 55 años, es decir, que estaría en la flor de la vida -también sacerdotal, en este caso- de no ser por su grave enfermedad y por eso resonaron aun más sus palabras cuando, en su toma de posesión, dio gracias a nuestro Señor “por el regalo del sacerdocio y además porque sea un sacerdote enfermo”. ¿Esto cómo se explica ante una cultura dominante en la que tanto se valora lo físico, lo material, el estar a diez en todo?

-La verdad es que yo estoy sorprendido de la repercusión que tuvieron esas palabras mías porque yo lo vivo con tanta naturalidad, con tanta normalidad que no pensaba que esas palabras, este testimonio, pudiera haber ayudado a alguien. La verdad es que tampoco es mérito mío. Es una gracia de Dios que el Señor me ha concedido porque aquel que me ha conocido y ha sufrido mi carácter sabe que yo tengo un genio fuerte, que yo soy muy independiente.
Yo era muy perfeccionista, me gustaba tener mucho control sobre todas las cosas… Y sin embargo ahora me veo muy limitado, me veo con muchas carencias, me veo con muchas cosas que no puedo hacer… Ha sido una gran lección de humildad.


No tengo control, ésta es una enfermedad que no te permite planificar nada porque yo, a lo mejor, ahora estoy bien y, dentro de media hora, no puedo hablar porque me estoy ahogando o tengo tanto dolor que no puedo hacer nada… Entonces pierdes totalmente la independencia y el control sobre tu vida pero ese sufrimiento, a la luz de la fe, no es un sufrimiento inútil. Ese sufrimiento, desde la fe y unido a la Pasión de Jesucristo, tiene un sentido, tiene un valor y además tiene una efectividad por la Comunión de los Santos. Entonces, para mí, poder ofrecer ese sufrimiento al Señor es una forma de poder ejercer mi ministerio. No solo el ministerio sacerdotal se ejerce con la acción sino también desde la oración, desde el ofrecimiento, desde la vida interior, desde la unión con el Señor se puede ejercer el ministerio sacerdotal.
Yo, en ese sentido, no me siento limitado, un sacerdote de segunda, ni me remuerde la conciencia al pensar “¡Con la falta de sacerdotes que hay yo podría estar en una parroquia, estar haciendo muchas cosas!”. Pues bueno, el Señor ha querido que yo ejerza el ministerio de esta manera, ¿no?


Como dije aquel día, la esencia del sacerdocio, lo que me pidió la Iglesia el día de mi ordenación, presentando la ofrenda del Pueblo Santo a Dios, celebrando cada día la Eucaristía, ofreciendo cada día al Señor la enfermedad y el sufrimiento y configurándome con Cristo, conformándome, subiendo y cargando cada día, como Él nos pidió, con la cruz. Un nombramiento supone la obediencia al obispo y eso -somos humanos y a veces no lo ves claro y te cuesta-, mi nombramiento, mi forma de ejercer el ministerio, como viene directamente de Dios, es más fácil de comprender.
Aunque me repita, esta visión sobrenatural de la enfermedad y esta forma de vivirla no son una conquista mía sino un regalo de Dios. Ojalá lo hubiese sabido aprovechar para ser más santo. A pesar de todo, el Señor es muy generoso y no ha dejado de bendecirme.


Cuanto peor está el cuerpo, mejor está el alma. Me he dado cuenta de cuántas cosas insignificantes me han quitado la paz y cuántas esenciales he desperdiciado. En cuántas cosas he buscado la felicidad y me he quedado insatisfecho. He tenido que perderlas para poder descansar en Cristo y ser verdaderamente feliz.


Sin ninguna duda, la enfermedad ha supuesto un antes y un después en mi vida. Lo que dije en mi toma de posesión no era para quedar bien… como sacerdote enfermo soy plenamente feliz.


Suelo decir –me hace gracia que algunos me ponen cara de póker, porque no acaban de creérselo- que si Dios me ofreciera devolver mi cuerpo al estado de salud anterior a la enfermedad, con la condición de que mi alma volviera también al estado espiritual de entonces, diría que no.


Ni soy un santo, por desgracia, ni vivo en una nube fuera de la realidad. A veces también añoro alguna de las cosas que hacía o me frustra no poder hacer otras o el dolor consigue acobardarme, pero ha crecido mucho mi experiencia del amor, la misericordia y la cercanía de Dios, la conciencia de vivir continuamente en su presencia y, sobre todo, la capacidad de interpretar y vivir los acontecimientos a la luz de la fe, abandonándome a su voluntad.


No hay comparación. No lo cambio… Todo lo ha hecho bien.

SUSCRÍBETE A PARAULA PARA LEER EL REPORTAJE COMPLETO