P. Martín Gelabert, OP
Vicario episcopal para la Vida Consagrada

El dos de febrero, fiesta de la presentación del Señor en el templo, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este día, en nuestra diócesis de Valencia, las personas consagradas (monjas, religiosos, religiosas, institutos seculares, vírgenes consagradas, eremitas, nuevas formas de vida consagrada) nos reuniremos en torno al Arzobispo para manifestar la eclesialidad de la vida consagrada y su importancia decisiva en la Iglesia.

Como signo de nuestra inserción en la diócesis de Valencia, nuestra celebración comenzará en la Basílica de la Virgen, con el fin de ganar el jubileo con motivo de la celebración del centenario de la coronación canónica de la Virgen de los Desamparados. La vida consagrada tiene muchos motivos para dar gracias a la Virgen. Prácticamente todos los Institutos y Congregaciones religiosas le tenemos una especial devoción y, por eso, muchas congregaciones e institutos la honramos con un título propio que, de algún modo, es un reflejo de nuestro carisma.

Una Iglesia sin vida consagrada es una Iglesia empobrecida. No porque las personas consagradas sean más buenas o más santas, sino porque la vida consagrada manifiesta la riqueza y abundancia de carismas y de estilos de vida que hay en el cuerpo de Cristo. Y esas personas, con su forma peculiar de vivir, no sólo por su voto o promesa de castidad, sino por el conjunto de su vida, señalan la meta a la que está llamado todo cristiano, esa meta en la que Dios será todo en todas las cosas, o sea, el determinante de toda la realidad y, por eso, una vez alcanzada la meta, ya no hará falta tomar mujer ni marido (cf. Mt 22,30), porque todos estaremos colmados por el amor de Dios y por el amor sin límites y sin mentiras de los hermanos.

El lema de este año, propuesto por la Conferencia Episcopal es: ‘la vida consagrada, caminando en esperanza’. Es un buen lema. Porque una de las cosas que más necesita la gente, y también los consagrados, es esperanza. Sin esperanza la vida se vuelve triste, pierde fuerza, no tiene alma. Más aún, sin esperanza la fe cristiana no tiene sentido, puesto que desemboca en el vacío. Por eso es tan importante la esperanza, en la vida y en la vida de fe.

Hoy algunos miden la vitalidad de la vida consagrada a partir de los números: ¿cuántos novicios tiene la congregación? Grave error, porque los números no significan gran cosa y siempre dan uno u otro resultado según con que otros números se los compara. Quién sostiene la esperanza es Dios. Según cuál sea nuestra relación con Dios, así será de intensa nuestra esperanza. Dios y la auténtica esperanza se implican mutuamente (Ef 2,12). Lo importante en la vida consagrada no son los números ni el prestigio, lo importante es la fidelidad. También la misión. Y, por supuesto, en el caso de la vida religiosa, la comunidad. Pero todo esto está sostenido por nuestra fe en Dios.

Caminando que es gerundio. O sea, el camino es permanente. Caminando en la fe, en la fraternidad, en la misión, en el servicio a los hermanos. Caminando significa también actualizar el carisma, ponerlo en consonancia con las necesidades actuales de la Iglesia y de la sociedad. Un carisma que no se actualiza se muere. La repetición puede ser la mayor de las infidelidades. Caminando en esperanza. Los caminantes necesitan esperanza, necesitan tener garantías de que de su camino es el bueno porque conduce a la meta deseada.

Esperanza porque sabemos que, a pesar de nuestros límites y nuestra pequeñez, el Señor no nos abandona. La vida consagrada es semejante a una semilla que parece muy pequeña, pero los buenos labradores saben que un día se convertirá en un árbol frondoso. Si solo miramos a la semilla, nos desanimamos. Si nos imaginamos el árbol frondoso, caminamos alegres y seguimos avanzando, aunque a veces el camino sea duro.