Por CONFER Valencia (Conferencia Española de Religiosos)

“Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación” (Mc. 16,9-15)
La vida consagrada, que se inicia con la invitación de Jesús: “venid y veréis” (Jn. 1,39) y “Los llamó para estar con Él” (Mc 3,13-19), completa su identidad con el mandato del anuncio del Reino, que es también mandato para todos y cada uno de los bautizados.

La primera misión de la persona consagrada es la de “estar con el Señor”, “venid y veréis; es en este “estar con Jesús” donde queda iluminada toda la vida del consagrado que, a la vez, va siendo transformado para llegar a ser reflejo de la presencia de Cristo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi”. (Gal. 2,20)

De este modo, la persona consagrada queda capacitada para realizar su Misión que no es tanto un hacer, sino un ser desde donde se es testigo con la propia vida de ese amor de Dios a todos los hombres.

También es Misión de la Vida Consagrada el testimoniar la vida fraterna, que es anunciar, que desde la comunión con Cristo, es posible acoger y vivir con los otros, “mis hermanos”, porque ellos, como yo, somos hijos amados de Dios, al que llamamos Padre. Y este Padre quiere la comunión entre sus hijos, “Que todos sean uno como tú y yo somos uno…” (Jn. 17,21)

La Vida Consagrada, en todos sus estilos (vida contemplativa, vida apostólica, institutos de vida consagrada, vírgenes consagradas, nuevos movimientos, etc) ha sido llamada para anunciar y testimoniar la primacía del Amor incondicional de Dios por cada una de sus criaturas, “los amó hasta el extremo”. (Jn. 13,1)

Es en la Iglesia, e Iglesia en comunión donde el Espíritu Santo suscita multitud de carismas que se complementan entre sí y la embellecen. Todos ellos son necesarios para llevar a plenitud la Misión encomendada a la Iglesia, «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 4-7).